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La Cenicienta era una hermosa muchacha huérfana de madre desde la niñez. Su padre se había vuelto a casar con una mujer que tenía dos hijas bellas, pero ociosas. Cuando no estaba el padre, la madrastra y las hermanastras le obligaban a cocinar, lavar y hacer toda la limpieza mientras ellas descansaban y se divertían.
Un día el rey organizó una fiesta de tras días en honor a su hijo que aprovecharía la ocasión para elegir a una señorita como su esposa. Todas las muchachas del reino fueron invitadas. En casa de la Cenicienta, la madrastra vistió a sus hijas con lujosos vestidos y joyas, esperando que una de ellas sea la elegida.
La Cenicienta también quería ir, pero no tenía la ropa adecuada para la ocasión. Entonces se la apareció una tía convertida en hada y con su varita mágica convierte una calabaza en un carruaje y a los ratones en caballos y cocheros. Además, le regala un hermoso vestido y un par de zapatos de vidrio. Pero le advierte que debía regresar antes de la medianoche porque a esa hora se deshace el hechizo.
Las dos primeras noches de fiesta, Cenicienta fue la más hermosa y sus hermanastras no la reconocieron. El príncipe se enamoró de ella y quería bailar toda la noche con ella, pero la Cenicienta se retiraba antes de las 12. En la tercera noche, la Cenicienta olvidó las horas, hasta que escuchó las campanadas de medianoche y tuvo que huir corriendo. Al escapar por una escalera se le salió uno de sus zapatos de cristal.
El príncipe ordenó que todas las jovencitas del reino se probaran el zapato, con la esperanza de encontrar a su amada. En la casa de la Cenicienta, las hermanastras intentaron ponérselo, pero sus pies eran muy grandes. Entonces, la Cenicienta pidió probárselo y ante la sorpresa de todos calzó perfectamente. El príncipe la llevó a su palacio y le pidió matrimonio. Al poco tiempo se casaron y vivieron muy felices.