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MÉXICO, DF .- Francisco Villa, Emiliano Zapata, Venustiano Carranza, Alvaro Obregón y Francisco I. Madero, los principales caudillos del movimiento armado de 1910, escribieron la historia con su sangre y hoy se les recuerda, a veces con veneración, por las acciones que emprendieron.
Aunque lucharon a veces como aliados y otras como opositores -e incluso hubo traiciones entre ellos- este quinteto estuvo siempre impulsado por el mismo motor: construir un país más justo e igualitario.
Muchas veces manipulada su figura en los libros de historia, no hay que olvidar que fueron hombres de carne y hueso, con aciertos y errores. Este es un recuento de sus perfiles.
El genuino
Zapata
Cuentan que en 1888, cuando tenía 9 años, el caudillo vio llorar a su padre porque la autoridad se había apropiado de las tierras comunales del pueblo. De esa injusticia, sufrida en carne propia, nació su interés por una reforma agraria.
El creador del Plan de Ayala formó el Ejército Libertador del Centro y Sur en 1914, y así controló Morelos, su tierra natal.
Ante los campesinos, mostró siempre una imagen transparente, y aunque no tenía un proyecto nacional tan definido como Carranza u Obregón, este caballerango de grandes bigotes se ganó el arraigo de su gente, y hoy se le conoce como el más puro de los revolucionarios y el más fiel a la causa de los pobres.
El inspirador del levantamiento chiapaneco, coordinado por el Subcomandante Marcos, murió a los 40 años en una emboscada que maquinó el presidente Carranza, quien una vez en el poder se propuso desaparecer a los villistas y zapatistas.
El demócrata Madero
Su gran mérito fue idear el Plan de San Luis, con el que invitó al levantamiento para derrocar a Porfirio Díaz, un 20 de noviembre. Proveniente de una familia acaudalada, era agricultor y había estudiado en Francia y Estados Unidos antes de publicar su libro “La Sucesión Presidencial”, en 1910.
Una vez que terminó con el régimen porfirista, asumió el poder en noviembre de 1911, a los 38 años. Esa lucha por el poder, donde la ganancia para el pueblo no fue tan patente, propició que su figura resultara poco aceptable.
Intocable hasta hace unos años por el sistema educativo oficial, hoy se puede decir que no destacó en lo militar ni en lo político, y fue casi un héroe accidental con altísimos ideales, aunque para algunos historiadores es el papá de la democracia, consolidada hasta hace apenas unos años.
El coahuilense fue traicionado por Huerta, perdió la Presidencia, y murió asesinado el 22 de febrero de 1913, durante la llamada Decena Trágica.
El adorado Villa
La primera estrofa de uno de tantos corridos inspirados en él lo dice todo: “Fui soldado de Francisco Villa/ de aquel hombre de fama inmortal/ que aunque no estuvo sentado en la silla/ no envidiaría la presidencial”.
El llamado Centauro del Norte cobró tal fama con el pueblo que hoy en día se le venera como un santo. En el Mercado Juárez se venden, cada día, de 8 a 10 veladoras, además de oraciones que invocan a su “espíritu mártir”.
Siempre buscó el beneficio común, más nunca quiso sacar provecho del poder. Era todo sonrisas y tenía desplantes a la Robin Hood, como repartir dinero entre los pobres.
El inflexible Carranza
Nativo de Cuatro Ciénegas, Coahuila, conoció el poder desde los 28 años, cuando fue presidente municipal de su pueblo.
Forjador del Plan de Guadalupe, hizo las reformas de la Constitución de 1857 y proclamó la Carta Magna del 5 de febrero de 1917, año en que fue elegido como presidente.
Aunque llevó la Revolución a buen puerto a raíz del cuartelazo de Madero, y tenía una gran preparación intelectual, era muy aferrado a sus puntos de vista y no supo convencer a quienes lo rodeaban de las bondades de ese proyecto que tanto defendía.
Cuando Obregón, quien había estado a sus órdenes como general de división, se levantó en armas, Carranza huyó y finalmente fue asesinado en marzo de 1921, en Tlaxcalaltongo.
El poderoso Obregón
Si se analizan los hechos tal como ocurrieron, se considera que este sonorense, junto con Plutarco Elías Calle, encauzó los resultados de la Revolución y fue uno de los operadores prácticos de la misma.
Pero dejó mucho que desear cuando logró, en 1927, la derogación constitucional que no permitía la reelección presidencial. Un año más tarde, ganó las elecciones por segunda vez y casi inmediatamente fue asesinado.
Si bien tuvo muchos aciertos, se le critica que una vez que tuvo la banda tricolor sobre el pecho enfermó de poder y amasó una gran fortuna a costa de otros.
De carácter sólido e inquebrantable, su fama de honesto era mínima: decía que para corromper a los enemigos no había quien resistiera un cañonazo de 50 mil pesos.
No obstante, cuando se ponen los resultados sobre la mesa, sería imposible evadir sus logros.
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