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A los socialistas no les gusta esta desigualdad (suelen calificarla como insoportable o inaceptable), pero quedarían en evidencia si aclararan que simplemente están manifestando una preferencia personal, tan legítima como cualquier otra. Así que en lugar de referirse a distribuciones más o menos uniformes de la riqueza, hablan de distribuciones mejores o peores: introducen de tapadillo una valoración subjetiva y la confunden con hechos objetivos. Si aplicaran con consistencia sus gustos por lo uniforme a otros ámbitos, todo el mundo tendría que tener el mismo aspecto, vestir igual, y hacer las mismas cosas de la misma manera; la pintura sólo estaría óptimamente distribuida en un cuadro totalmente blanco, y la música debería ser ruido aleatorio.
Un mercado libre ya distribuye la riqueza de forma legítima, pero los ingenieros sociales colectivistas creen que hay que corregir coactivamente las desigualdades que resultan del proceso espontáneo de creación e intercambio como si fueran un error: los productivos han de entregar buena parte de su propiedad a los improductivos, las leyes estatales inventan falsos derechos contrarios al único derecho ético, el de propiedad, y además se pretende que el proceso de pillaje institucionalizado no perjudica a la actividad económica. Sólo hay que discutir cómo confiscar la riqueza de forma astuta para que las víctimas del robo no se harten y dejen de trabajar: ver si es mejor el impuesto proporcional o el progresivo para financiar el siempre creciente gasto público (o sea, el que controlan los políticos demagógicos y populistas para comprar los votos de los electores); extender el gasto público a todos los ciudadanos para que los contribuyentes netos no puedan denunciar el expolio al que son sometidos.