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Siempre en la línea de la cultura machista –o heterocéntrica, si les suena menos militante– retomo el símbolo de la pelota de fútbol como garante de la heterosexualidad masculina. A todo ser humano nacido varón le debe gustar el fútbol y todo padre que ejerce en esta parte del mundo sueña con eso y teme que no sea así. El juguete por excelencia para los niños –la muñeca es para la niña– y el juego obligatorio. Ay del niño que no le guste el fútbol, los padres comprensivos no suman ni para una minoría, y no se diga de la presión y el bullying en el colegio. El determinismo sexual que implica el fútbol provoca angustias y ansiedades precoces, independientemente de la sexualidad de cada quien. Abro un paréntesis autobiográfico para contar que mi padre era algo así como el dueño-presidente de uno de los equipos de fútbol del pueblo en que crecí, del Chichontepec F.C., y mi hermano, 15 años mayor, era la estrella del equipo, crecí rodeado de los "juguetes" profesionales del fútbol, con un futuro asegurado de futbolista, pero el fútbol nunca me interesó y tuve la enorme fortuna de tener un padre al que eso no le pareció mal, me quiso inducir al principio, pero nunca me obligó ni tampoco me hizo sentir mal por eso, y se conformó con que yo me limitara a ser la "mascota" del equipo. Cierro el paréntesis para seguir diciendo que he visto demasiados casos en que el fútbol es un violento escenario emocional que ha lesionado varias autoestimas por culpa del heterocentrismo social. Así es el fútbol. Y aquí no hay cita de Borges porque en este tema en particular Borges no era el más interesado.