Respuestas
Los habitantes de los Andes no tienen bien definido y delimitado el espacio habitado.
Sí lo que comúnmente conocemos por vivienda o casa, pero no tanto aquello que
podemos considerar el pueblo. Como bien han demostrado los estudios clásicos de
John V. Murra (1975; 2002), el hombre andino ha tenido siempre diferentes lugares
de hábitat, donde pasaba temporadas específicas del año e, incluso, donde situaba a
diferentes miembros del ayllu. Estos pisos ecológicos –archipiélago vertical– estaban
determinados por las labores agrícolas o ganaderas que en ellos se desarrollaban. Hoy
en día, todavía persiste la posesión de diferentes tierras en distintos pisos ecológicos
del territorio, pero la mayor parte de la población indígena se adscribe a un único
pueblo como lugar de residencia.
De todas formas, incluso estos pueblos no son, ni mucho menos, uniformes ni se
encuentran bien delimitados. No suele existir (excepto en el caso de grandes pobla-
ciones producto de las reducciones de Francisco de Toledo en la segunda mitad del
siglo XVI) un núcleo bien definido y una continuidad habitacional. Más bien al con-
trario. Los pequeños pueblos indígenas andinos son agrupaciones de casas dispersas,
en muchos casos con grandes espacios de separación entre ellas y con un elemento
que resulta esencial para comprender gran parte del imaginario local respecto a su
territorio: la alternancia de lugares habitados con lugares que podemos considerar
como liminales, de conexión con el interior de la tierra y con las entidades que en
ellos habitan.
En último lugar de esta «jerarquía» territorial, se encuentra la casa o el hogar fami-
liar. No interesa en este trabajo la definición etnográfica de las características sociales
de la misma, que han hecho otros colegas; pero sí ciertos aspectos de las materiales y
simbólicas 1. Porque, como es de imaginar, para el hombre andino la casa es sinónimo
del lugar donde ésta existe o existió, donde se encuentra o encontraba un «pueblo».
Por tanto, veremos cómo en la comunidad quechua de Coipasi, entienden que el
conjunto de casas actuales que hoy denominan pueblo, no es el primero, sino que
anteriormente existieron otros que se conocen no únicamente por las historias orales
que los significan, sino también por las viviendas –y sus características– que a ellos
se asocian.
La casa como recurso mnemotécnico es algo que ya ha sido estudiado en los An-
des, no únicamente en la actualidad (Arnold 1998: 38), sino que el propio Guaman
Poma presentaba las construcciones como uno de los principales elementos para da-
tar las diferentes edades entre los indios del Perú. En su análisis de las cuatro edades
existentes (Uariuiracocha Runa, Uari Runa, Purun Runa y Auca Runa) plantea las
condiciones de las viviendas donde habitaba cada humanidad, como uno de sus ras-
gos culturales más significativos 2. En la primera edad los pacarimoc runa «no sabían
1 Existe una amplia literatura antropológica sobre la incidencia social de la construcción de las casas tanto
entre aymaras como quechuas (Abercrombie 2006: 414 y ss; Arnold 1998; Gose 1991; Platt 1986; Urton
1988), así como del aspecto etnográfico descriptivo de las estructuras habitacionales (Ochoa 1976; Ravines
1978). 2 Para un análisis etnohistórico de estos periodos, acúdase a los trabajos de Bouysse-Cassagne (1987;