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Al llegar a las islas de Caribe el 12 de octubre de 1492, Cristóbal Colón y sus acompañantes se toparon con diferentes etnias, cuyos miembros – de piel cobriza y cráneos artificialmente deformados – eran representantes de culturas no tan desarrolladas como la azteca y maya, pero no menos interesantes. El Gran Almirante los denominó "Indios", suponiéndolos habitantes de los territorios bañados por el gran río Ganges. En la parte oriental del cinturón de Las Lucayas o Bahamas, en el mismo centro está la isla Guanahaní, con relación a la cual, Colón expone datos de importancia geográfica: "Esta isla es bien grande y muy llana y de árboles muy verdes y muchas aguas, y una laguna en medio muy grande sin ninguna montaña, y toda ella verde, q( es plazer de mirarla." En la playa se había reunido una multitud de hombres y mujeres que contemplaban atónitos la llegada de las aladas naves colombianas a sus playas, las que consideraban como extraños animales sobrenaturales que flotaban sobre las olas y los integrantes de la expedición como seres sobrenaturales que venían del cielo.
Aquellos indígenas estaban completamente desnudos, pintarrajeados de varios colores, pertenecían a una raza desconocida por los españoles: piel cobriza, alta estatura, cabellos lacios y muy negros. Colón y los demás marinos, les regalaron bonetes de colores, cascabeles, espejos y collares de vidrio que los maravillaron. A cambio, ellos les dieron papagayos y comida. Los expedicionarios vieron asombrados que usaban adornos de oro en la nariz, pero que no le daban ningún valor a este metal. Todos tenían cuerpos bien formados, grato rostro y bella presencia, el pelo "como cerdas" que usaban largo sobre la frente, hasta las cejas: por detrás se dejaban un mechón muy largo que, según decían, nunca se cortaban. Los "lucayos", que en la isla de Guanahaní, se estima, eran aproximadamente 1. 500 pertenecían al grupo de los taínos, un pueblo bastante numeroso que por aquel entonces habitaba en las Antillas Mayores: Cuba y Haití.
Aquellos indígenas estaban completamente desnudos, pintarrajeados de varios colores, pertenecían a una raza desconocida por los españoles: piel cobriza, alta estatura, cabellos lacios y muy negros. Colón y los demás marinos, les regalaron bonetes de colores, cascabeles, espejos y collares de vidrio que los maravillaron. A cambio, ellos les dieron papagayos y comida. Los expedicionarios vieron asombrados que usaban adornos de oro en la nariz, pero que no le daban ningún valor a este metal. Todos tenían cuerpos bien formados, grato rostro y bella presencia, el pelo "como cerdas" que usaban largo sobre la frente, hasta las cejas: por detrás se dejaban un mechón muy largo que, según decían, nunca se cortaban. Los "lucayos", que en la isla de Guanahaní, se estima, eran aproximadamente 1. 500 pertenecían al grupo de los taínos, un pueblo bastante numeroso que por aquel entonces habitaba en las Antillas Mayores: Cuba y Haití.
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