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Consideremos, verbigracia, el fenómeno de los regalos y testimonios de amor. Según la información de Edward Armstrong, autor de Cómo viven os pájaros, hasta la costumbre de manifestar con flores la pasión amorosa puede observarse entre algunas aves e insectos.
La mosca del género Empis, por ejemplo, envuelve un pétalo o una pizca de comida en una fina malla de seda, que teje con sus patas delanteras, y la lleva como un presente a su novia. Los estorninos traen flores al agujero donde tienen el nido cuando la hembra está echada. El macho de la gaviota común escoge una linda conchita o una florecilla y, con gran cortesía, la ofrece a su pareja cuando está empollando.
Otras aves se parecen tanto a los humanos que expresan sus emociones cariñosas en esa forma en que lo hacen algunas personas mayores, que consiste en hablar como las criaturitas. Refiere Konrad Lorenz, famoso naturalista, que toda cosa exquisita que el macho de la chova (una variedad de cuervos) haya en su camino, la regala a su novia, y ella la recibe con expresiones de acentor quejumbroso, típicas de los pájaros pequeñines. Los arrullos amorosos de la pareja consisten principalmente en piítos melindrosos, como los de las crías.
Otro ejemplo de similitud en los hábitos de hombres y animales y en un aspecto más digno, se encuentra en la ceremonia del matrimonio. Entre los petirrojos ingleses los noviazgos prolongados no son ni más ni menos que la norma inflexible. Forman estas aves su pareja a últimos de diciembre o enero; mas no hacen vida realmente marital, ni se entregan a los cuidados del nido hasta fines de marzo. Entre las chovas y gansos silvestres, el compromiso se formaliza en la primavera subsiguiente al nacimiento, aunque los individuos de estas especies no alcanzan la madurez sexual hasta un año después. En general, todos los pájaros que se aparea de por vida contraen su compromiso matrimonial antes de casarse.
Otra costumbre social, que se viene considerando como peculiarmente humana, es la división de la sociedad en clases, con su secuela de privilegios irritantes, opresión, crueldad y esnobismo. El régimen de castas es ostensible en el gallinero, donde vemos siempre establecida una definida jerarquía social o precedencia en el picoteo. Cada una de esas aves de corral tiene verdadero miedo de aquellas otras de categoría superior a la que ella ocupa, y sabe, por otra parte, muy bien cuáles son las de rango inferior al suyo.
No siempre se establece este orden a base de pruebas de fuerza; cuentan, además, la energía, el coraje y la confianza de cada cual en sí misma. Y también, como entre los humanos, semejante jerarquía del prestigio tiende a degenerar en dictadura. Un aspecto igualmente humano de esas escalas del prestigio es la petulancia que originan.