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Visto en perspectiva todo el proceso fue una gran estupidez, pues un país con las posibilidades de la Argentina, con sus recursos humanos y naturales, no precisaba de ningún subterfugio, de ninguna piolada, como decimos los argentinos, para ocupar una posición digna en el mundo.
Hoy estamos 'desnudos y en la calle', enfrentados a la realidad. Este duro panorama, el injusto dolor que están pagando los sectores más sufridos de la sociedad, nos llevará, sin dudas, a madurar, a aprender la gran lección.
Los que manejaron el Estado (y como siempre sucede, a la larga esa imagen se transmite a toda la sociedad) lo consideraron un botín, en algunos casos para sí, en otros para sus corporaciones o para los intereses que representaban. Cada Gobierno fue otorgando pensiones graciables, repartiendo prebendas e incorporando más y más agentes. Congeladas las vacantes, se descubrió el sistema de 'los contratados', que pasaban a ser permanentes y se acumulaban de administración en administración.
Simultaneamente, los servicios que el Estado prestaba a la comunidad, sin criterios de administración y de eficiencia, se tornaron cada vez más deficientes.
Así las cosas, un día el sistema colapsó. Cuando la insolvencia del Estado fue tomando conocimiento público, los ahorristas, por precaución, comenzaron a retirar sus depósitos de la Argentina (salieron más de 25.000 millones de dólares en pocos meses), lo que generó una corrida en masa imposible de atender, ya que los bancos tenían la mayor parte de sus tenencias aplicadas a préstamos (entre ellos, al Estado nacional y a las provincias). Esa hemorragia sólo pudo detenerse con el corralito, una medida oficial que congela los depósitos en los bancos por plazos de hasta tres años. Ello generó una falta de liquidez y la desaparición de cualquier tipo de crédito, que profundizó aún más la crisis y la recesión. Como la cara visible de la restricción son los propios bancos, se han transformado en las instituciones más odiadas del planeta. Como si fuera poco, el Estado argentino declaró el default(imposibilidad de pagar) sus compromisos externos, y también el default de su propia moneda. Ya no devolverá a los tenedores de pesos los dólares que creían en garantía, dólares que en la nueva cotización del mercado libre han duplicado su valor. Estas medidas -posiblemente inevitables- han minado la confianza de los inversores externos y de los propios argentinos, amén de que harán subir los precios de todos aquellos productos vinculados al dólar, acentuando la pobreza y la marginación de los marginados.
Como verán los lectores, no está fácil el campo de juego.
Sin embargo, el presidente Duhalde está exhibiendo condiciones de mando y de control de la situación a pesar de errores y a favor de aciertos cometidos en el fragor de la crisis. Su Gobierno tiene posibilidades ciertas de cumplir su cometido: volver el país a la normalidad. Tiene, además, en sus manos una oportunidad inigualable para señalar a la sociedad la real naturaleza de los hechos. En cambio, si, en aras de salvar su responsabilidad y la de la clase política, contribuye a confundir a la opinión pública, sólo conseguirá atrasar la salida. Aunque la realidad al final se impone. ¿Cómo se explica entonces una sociedad que demonizó al FMI y a los Estados Unidos, tener que suplicarles casi de rodillas que se apiaden de la Argentina?
No obstante, la Argentina sigue siendo un país de extraordinarias posibilidades, si aprende esta lección e interpreta la realidad en el sentido correcto. Si así lo hace, ya el año próximo podremos comenzar a ver la recuperación (no comparto las visiones excesivamente pesimistas de muchos analistas argentinos). En cambio, si falla en entender lo sucedido, tal vez tardaremos algunos años más, pero a la larga saldremos adelante
Hoy estamos 'desnudos y en la calle', enfrentados a la realidad. Este duro panorama, el injusto dolor que están pagando los sectores más sufridos de la sociedad, nos llevará, sin dudas, a madurar, a aprender la gran lección.
Los que manejaron el Estado (y como siempre sucede, a la larga esa imagen se transmite a toda la sociedad) lo consideraron un botín, en algunos casos para sí, en otros para sus corporaciones o para los intereses que representaban. Cada Gobierno fue otorgando pensiones graciables, repartiendo prebendas e incorporando más y más agentes. Congeladas las vacantes, se descubrió el sistema de 'los contratados', que pasaban a ser permanentes y se acumulaban de administración en administración.
Simultaneamente, los servicios que el Estado prestaba a la comunidad, sin criterios de administración y de eficiencia, se tornaron cada vez más deficientes.
Así las cosas, un día el sistema colapsó. Cuando la insolvencia del Estado fue tomando conocimiento público, los ahorristas, por precaución, comenzaron a retirar sus depósitos de la Argentina (salieron más de 25.000 millones de dólares en pocos meses), lo que generó una corrida en masa imposible de atender, ya que los bancos tenían la mayor parte de sus tenencias aplicadas a préstamos (entre ellos, al Estado nacional y a las provincias). Esa hemorragia sólo pudo detenerse con el corralito, una medida oficial que congela los depósitos en los bancos por plazos de hasta tres años. Ello generó una falta de liquidez y la desaparición de cualquier tipo de crédito, que profundizó aún más la crisis y la recesión. Como la cara visible de la restricción son los propios bancos, se han transformado en las instituciones más odiadas del planeta. Como si fuera poco, el Estado argentino declaró el default(imposibilidad de pagar) sus compromisos externos, y también el default de su propia moneda. Ya no devolverá a los tenedores de pesos los dólares que creían en garantía, dólares que en la nueva cotización del mercado libre han duplicado su valor. Estas medidas -posiblemente inevitables- han minado la confianza de los inversores externos y de los propios argentinos, amén de que harán subir los precios de todos aquellos productos vinculados al dólar, acentuando la pobreza y la marginación de los marginados.
Como verán los lectores, no está fácil el campo de juego.
Sin embargo, el presidente Duhalde está exhibiendo condiciones de mando y de control de la situación a pesar de errores y a favor de aciertos cometidos en el fragor de la crisis. Su Gobierno tiene posibilidades ciertas de cumplir su cometido: volver el país a la normalidad. Tiene, además, en sus manos una oportunidad inigualable para señalar a la sociedad la real naturaleza de los hechos. En cambio, si, en aras de salvar su responsabilidad y la de la clase política, contribuye a confundir a la opinión pública, sólo conseguirá atrasar la salida. Aunque la realidad al final se impone. ¿Cómo se explica entonces una sociedad que demonizó al FMI y a los Estados Unidos, tener que suplicarles casi de rodillas que se apiaden de la Argentina?
No obstante, la Argentina sigue siendo un país de extraordinarias posibilidades, si aprende esta lección e interpreta la realidad en el sentido correcto. Si así lo hace, ya el año próximo podremos comenzar a ver la recuperación (no comparto las visiones excesivamente pesimistas de muchos analistas argentinos). En cambio, si falla en entender lo sucedido, tal vez tardaremos algunos años más, pero a la larga saldremos adelante
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