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Al proclamarse la independencia de la nación mexicana, se nombró una Junta Provisional Gubernativa y de la Regencia, presidida por Iturbide.
Este dedicó sus esfuerzos a configurar las bases del nuevo gobierno monárquico que aún no se había conformado.
Siguiendo los acuerdos del Plan de Iguala, se estableció un Congreso en el cual estaban representadas todas las provincias.
Sus miembros eran clérigos, jefes militares y magistrados que habían servido al régimen anterior, garantizando así proteger los intereses de la aristocracia.
No pasó mucho tiempo para que comenzaran las luchas internas entre las facciones contrarias que integraban la Junta y el Congreso.
Bordonistas, iturbidistas y republicanos se enfrascaron en una lucha de poder para imponer sus intereses particulares.
Los primeros eran mayoría en el Congreso, y los enfrentamientos entre estos y los partidarios de Iturbide arreciaron.
En febrero de 1822, en tierras mexicanas se conoció que las Cortes de España habían anulado el Tratado de Córdova, negando la independencia del país.
Esto caldeó los ánimos, e hizo que los bordonistas perdieran terreno. Quienes apoyaban a Iturbide no desaprovecharon esta oportunidad para promoverlo como la persona ideal para ocupar el trono ya que este héroe nacional había hecho suficientes méritos durante el proceso independentista.
En la víspera del 19 de mayo de 1822, un ejército de 35 mil hombres proclamó a Agustín de Iturbide como Emperador del Imperio mexicano.
Al día siguiente, algunos pocos miembros del Congreso se manifestaron a favor de consultar con las provincias antes de ratificar la proclamación.
Al final, se impuso la mayoría. Los habitantes de la capital recibieron la noticia con júbilo, aclamando su nuevo monarca.