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Tras la oficialización de la religión cristiana por parte de Constantino, comienzan a surgir numerosas intrigas Internas en el Imperio Romano debido a la constitución de una nueva sociedad menos clasista, en la que los valores dominaban por encima del derecho de cuna, en contraste con la sociedad tradicional dividida en patricios y plebeyos. A estas intrigas se le sumarían los problemas en las fronteras debido al acecho del indo germano (bárbaros), fomentando aún más la decadencia del Imperio.
Para solucionar estos problemas, Constantino decide cambiar la capitalidad del Imperio. Como Roma estaba demasiado centrada en Occidente, Constantino establecerá una segunda capital en Bizancio (primero se había pensado en la antigua Troya, pero se descarta), una ciudad muy comercial fundada por los bizas (grandes comerciantes) en el siglo VIII a. C., situada entre el mar Muerto y el mar Mármara, de forma muy estratégica gracias a su puerto natural: la bahía del Cuerno de Oro.
Así, Roma será la sede del poder religioso (papado), dominando en la zona de Occidente y acogiendo a la sociedad más tradicionalista, mientras que Bizancio (rebautizada por Constantino como Constantinopla) será la capital oriental, en la que se establecerá el emperador y la nueva sociedad. Con esto se pretende evitar los problemas sociales, controlar todos los territorios del Imperio y separar el poder político del espiritual, para evitar roces entre ellos.
En el año 395 muere el emperador Teodosio el Grande, en cuyo testamento divide los territorios del Imperio entre sus dos hijos: las posesiones en Europa se las cede a su hijo Honorio (Imperio Romano de Occidente, con la capital en Roma), mientras que a Arcadio le deja los territorios en Grecia, Asia y el Norte de África (Imperio Romano de Oriente, con capital en Bizancio).
En el 476, Odoacro, jefe de los hérulos (una tribu indo germana) derroca al emperador Rómulo Augústulo, poniendo fin al Imperio de...