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Una leyenda impregnada de la esencia misma de una historia de Steven Spielberg, no es de extrañar que se hiciera con la oportunidad de tomar las riendas de esta adaptación cinematográfica del libro de los hijos de Michael Morpurgo, tal vez ahora más famosamente reconocida como una galardonada obra de teatro. Es un caso raro en el que el director y el material son totalmente compatibles, y “Caballo de Guerra” benefició maravillosamente esta unión.
Es la desgarrada historia por la guerra de Albert (Jeremy Irvine), un joven de la granja Devonshire, y el caballo de trabajo llamado Joey, que su padre (Peter Mullan) compró por un capricho para gran disgusto de su sufrida esposa (Emily Watson) que sabe que una temporada de descanso les va a costar su granja alquilada. Con el tiempo, Albert y Joey se vuelven inseparables, pero el caballo es puesto a prueba cuando el muchacho es enviado a servir en la Primera Guerra Mundial, posiblemente para no volver jamás.
Bellamente evocando un cinematográfico tiempo de antaño gracias, en gran parte, a la impresionante cinematografía del habitual colaborador de Spielberg, Janusz Kaminski, Caballo de Guerra es un extraordinario animal para admirar. El efecto postal animado de las tomas finales, la dureza escasamente iluminadas de la tierra de nadie o la tranquilidad rural de un idílico pueblo de Devon, que incluso en caso de lluvia torrencial se ve atractivo; cuadro a cuadro te sería difícil encontrar una película más fastuosa para ver que esta.
Pero, ¿cuál es el corazón que impregna esta historia entre el hombre y la bestia, el núcleo de la narración y la razón por la cual Albert llega a impensados extremos para reunirse con su caballo? Este es el factor magnético tras el éxito de la película.
Los que se oponen al sentimiento de Spielberg se encontrarán con un poco de empalago, con una conmovedora partitura de John Williams orquestando la esperada reacción emocional. Lo mejor es la forma en que Spielberg desarrolla sutiles características en Joey, hasta sacudir al espectador al permitirle ver a esta estrella de cuatro patas.
Llegando directamente de la escuela, Irvine hace lo mejor como el ingenuo joven trabajador del campo, cuya devoción por su caballo es siempre creíble; pero la renuencia de Albert a ceder ante cualquier quiebre en la relación y su exceso de sinceridad, no encaja bien y hace sentir molestias.
Para traer un mayor impacto, algunos personajes hacen apariciones fugaces en la estructura episódica de la película, y casi se puede sentir dónde las luces se han desvanecido en el escenario.
Sin duda, la escena de la película es el campo de batalla entre el soldado Geordie Toby Kebbell y su homólogo alemán. Es una secuencia maravillosa, tanto más resonante por el incidente del alambre de púas, que exige un gran consumo de aire por parte de la audiencia.
El admirable soldado de Tom Hiddlestone también deja una huella indeleble en una de las pocas veces en que las lágrimas amenazan con salir a la superficie.
Y esta es la falla real subyacente con el Caballo de Guerra: es casi demasiada perfecta y está envuelta brillantemente en el mayor dramatismo teatral, lo que establece una distancia entre la historia y el público, resultando en un error de conexión. Hay momentos mágicos, pero como un todo, uno tiende a admirarla que a enamorarse de él.