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POLÍTICA: Fue un estado teocrático, es decir, el emperador o basileus era considerado el representante de dios en la Tierra y tenía poder político y religioso, apoyado por un gran número de funcionarios y un gran ejército.
Un territorio tan extenso como el del Imperio Romano de Oriente no podía dejar de abarcar una gran multiplicidad de etnias y culturas. La situación cambiante de las fronteras imperiales y el acoso constante al que se vieron sometidas convirtieron la persistencia del imperio en un hecho sorprendente. La centralización del poder se mantuvo relativamente firme por siglos y la burocracia de Constantinopla mantuvo un satisfactorio nivel de eficiencia. Distintos factores, de tipo contradictorio, exigían el constante perfeccionamiento de la maquinaria del Estado. Por un lado, el emplazamiento geográfico de Constantinopla la convertía en un centro estratégico del comercio mediterráneo, lo que requería una correcta administración.
Esta situación convertía a la ciudad en un objetivo tentador para otros imperios y reinos, lo que llevó a un estado de guerra casi permanente. Los gastos militares ponían a prueba la economía bizantina, lo que planteaba mayores exigencias a la administración. Gracias a esta cuidadosa burocracia, entre otras razones, hay abundante información sobre las circunstancias que debió sortear el Imperio Bizantino.