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El primero en utilizar el término eléctrico para designar en general a los variados materiales que al ser frotados se comportan de manera similar al ámbar, fue William Gilbert (1544-1603), médico de la reina Elizabeth I de Inglaterra. Sus investigaciones tuvieron por objeto separar los efectos eléctricos de los magnéticos, que por entonces parecían
más útiles por su aplicación a la navegación.
Ambos fenómenos estaban, en apariencia, relacionados y permanecían sin explicación desde la Antigüedad. Tradicionalmente, se interpretaba el movimiento de los cuerpos como asociado al impulso vital y a la presencia de un alma o ánima.
En este contexto se pensaba que los fenómenos eléctricos y magnéticos eran capaces de otorgar esta animación a los objetos inanimados mediante la comunicación de una especie de fluido vital. En la atracción que despertaban estos fenómenos, subyacía la ilusión de comprender el fenómeno de la vida y eventualmente controlar la naturaleza, a partir del conocimiento de sus leyes.
A medida que la Física se fue organizando como ciencia y avanzando en la definición de su metodología, sus límites y posibilidades, la electricidad se sumó al cuerpo teórico de conceptos fundamentales que permiten interpretar la estructura de la materia y sus cambios.
Los trabajos de Gilbert son los primeros que intentan abordar la comprensión de un grupo de fenómenos a partir de una metodología verdaderamente experimental. Gilbert comenzó por clasificar los materiales en dos grupos: aquéllos que adquirían estado eléctrico por frotamiento, como el ámbar, y aquéllos que no lo hacían.
Avanzó también en la determinación de que este efecto no tenía, en principio, relación con el aumento de temperatura, sino con el mismo frotamiento.