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cuento la buena suerte
Había una vez un niño llamado Héctor que estaba empeñado en encontrar la “buena suerte”, así se pasaba el día buscando por todas partes: debajo de la cama, detrás del armario, dentro de los cajones, en el jardín
... -¿Se habrá escondido tras las cortinas?-pensaba Héctor. Y rápidamente iba a comprobarlo. Su mamá le repetía una y otra vez que de nada valía que siguiera buscando, ya que es la “suerte” la que encuentra a uno, pero nada, él seguía erre que erre buscando sin parar. Todos los domingos Héctor iba a merendar a casa de su abuelita y la voz de mamá le recordó que ya llegaba tarde, así que cogió su chaqueta nueva y salió corriendo. La abuelita vivía al otro lado del pueblo, así que todavía tendría que recorrer un gran trecho hasta llegar a la casa y para colmo de males, a mitad de camino comenzó a llover. Este es el colmo de la mala suerte - pensó - Uf, y además acaba de entrarme alguna piedrecilla en el zapato, porque algo me pincha... Se disponía a descalzarse para ver qué era lo que tenía en el zapato cuando de repente dejó de llover, con lo que sin perder más tiempo prosiguió su camino. No había caminado ni tres pasos cuando vio un perro que andaba cojeando y, a pesar de que ya llegaba tarde se paró para ver qué le pasaba en la patita. Enseguida se dio cuenta de que llevaba clavado un pequeño broche de oro y, con mucho cuidado se dispuso a sacarlo. Con gran alegría el perrito le regaló todo tipo de lametones y ambos jugaron y se divirtieron de lo lindo. Al poco apareció el dueño del perro que, al enterarse de la buena obra de Héctor le regaló unas monedas y le aseguró que podría ir a jugar con su perro cuando quisiera. Al saber del broche clavado, le explicó que la señora del kiosco estaba muy apenada por la pérdida del broche, ya que era un recuerdo de familia. Y como Héctor era un niño muy noble, fue rápido a devolvérselo a su dueña. La señora quedó tan agradecida que le llenó los bolsillos de golosinas y caramelos y le prometió muchos más cada vez que pasara por allí.- Vaya –pensó Héctor- este debe ser mi día de suerte... Y fue entonces cuando volvió a notar la piedrecilla en su zapato derecho, pero recordando lo tarde que era ya, echó a correr hacia la casa de su abuela. No tuvo que correr mucho, porque de camino se encontró al papá de su amigo Miguel, que le preguntó hacia donde iba con tanta prisa y se ofreció a llevarlo en su coche. Finalmente el chico llegó a casa de su abuela deseando contarle todas las aventuras que le habían ocurrido durante el trayecto. Ya estaba cruzando el jardín de la casa cuando, de nuevo, notó la piedrecilla y por fin se descalzó para quitarla de su zapato, al tiempo que su abuela salía a recibirlo. Era una piedra minúscula, con forma estrellada, que rápidamente tiró entre las flores que tan amorosamente su abuela plantaba en el jardín. Mientras merendaban juntos, le contó todo lo ocurrido. La abuela, después de quedarse callada un rato dijo con voz dulce: - HÉCTOR, mi niño, tanto tiempo buscando la suerte y al final ha sido ella la que te ha encontrado a ti sin que tú la hayas reconocido. Esa pequeña piedra tan rara que acabas de tirar ha debido ser la causante de toda la buena suerte que has tenido por el camino... ¡y tú la has tirado al jardín!. Pero no estés triste, mi niño, la suerte sigue ahí y pronto encontrará a otro niño, o quizás algún día te vuelva a encontrar...Así que ya sabéis, amigos: si algún día os entra una extraña piedra en el zapato, observarla bien antes de tirarla... nunca se sabe cuando la suerte se puede cruzar en tu camino...