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Si algo caracterizó a Martín Palermo como futbolista, más allá de su poder de gol y el olfato para estar siempre en el lugar indicado, fue haber marcado varios goles poco convencionales. Por algo Carlos Bianchi lo apodó El Optimista del Gol. Los hizo de todos los colores, pero uno muy especial se produjo un día como este domingo, pero hace seis años. Aquella tarde, la Bombonera era puro nervio porque Boca que no venía bien e igualaba con Vélez. Hasta que llegó él para cambiar la historia, con una cabezazo desde casi 40 metros que le dio el triunfo al Xeneize y escribió una nueva proeza en la carrera del Titán.
El Apertura 2009 no dejó un gran recuerdo en el público boquense. El comienzo no había sido el mejor y en la sexta fecha, luego de tres caídas consecutivas, Boca recibía nada menos que al campeón Vélez. La cosa no arrancó bien, porque en apenas seis minutos Leandro Caruso adelantó al Fortín. Luego empató Seba Battaglia, pero al minuto de la segunda parte Caruso volvió a convertir. Más tarde, un golazo de Riquelme igualó el marcador, aunque el equipo no terminaba de convencer. Pero todavía faltaba lo mejor...
Iban 29 minutos del segundo tiempo cuando en una jugada que parecía no tener gran relevancia, la pelota le llegó a Germán Montoya, quien al igual que sus compañeros y el público, jamás imaginó lo que estaba por pasar. Un despeje a media altura, algo defectuoso aunque con la fuerza necesaria como para llegar a la mitad de la cancha, parecía dejar en la nada la acción. Pero ahí apareció el Titán, el goleador de los tantos mágicos e imposibles, para dejar su marca una vez más. Estaba casi en la mitad de la cancha, pero como si su cabeza fuera un imán, el balón fue directo hacia el Loco, que cabeceó como solo él sabe hacerlo. Casi 40 metros recorrió la pelota que, ante la mirada atónita de propios y extraños, ingresó lentamente al arco, para que la Bombonera explote.
Un gol para el recuerdo, que escribió un nuevo capítulo en la vida de película de Martín Palermo. Un tanto que se festejó con una mezcla de alegría y emoción. Porque ese goleador inagotable volvía a demostrar, un día como este domingo pero seis años atrás, que cuando de hacer goles se trata, no hay barreras ni imposibles para él.
El Apertura 2009 no dejó un gran recuerdo en el público boquense. El comienzo no había sido el mejor y en la sexta fecha, luego de tres caídas consecutivas, Boca recibía nada menos que al campeón Vélez. La cosa no arrancó bien, porque en apenas seis minutos Leandro Caruso adelantó al Fortín. Luego empató Seba Battaglia, pero al minuto de la segunda parte Caruso volvió a convertir. Más tarde, un golazo de Riquelme igualó el marcador, aunque el equipo no terminaba de convencer. Pero todavía faltaba lo mejor...
Iban 29 minutos del segundo tiempo cuando en una jugada que parecía no tener gran relevancia, la pelota le llegó a Germán Montoya, quien al igual que sus compañeros y el público, jamás imaginó lo que estaba por pasar. Un despeje a media altura, algo defectuoso aunque con la fuerza necesaria como para llegar a la mitad de la cancha, parecía dejar en la nada la acción. Pero ahí apareció el Titán, el goleador de los tantos mágicos e imposibles, para dejar su marca una vez más. Estaba casi en la mitad de la cancha, pero como si su cabeza fuera un imán, el balón fue directo hacia el Loco, que cabeceó como solo él sabe hacerlo. Casi 40 metros recorrió la pelota que, ante la mirada atónita de propios y extraños, ingresó lentamente al arco, para que la Bombonera explote.
Un gol para el recuerdo, que escribió un nuevo capítulo en la vida de película de Martín Palermo. Un tanto que se festejó con una mezcla de alegría y emoción. Porque ese goleador inagotable volvía a demostrar, un día como este domingo pero seis años atrás, que cuando de hacer goles se trata, no hay barreras ni imposibles para él.
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