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Mientras se desata la guerra en el resto del mundo, el avión en el que viajan los alumnos de una academia inglesa se estrella en una isla desierta, convirtiendo a sus ocupantes en jovencísimos náufragos. Los chicos, cuyas edades oscilan desde preescolar hasta más o menos la secundaria, se verán de pronto desprovistos de comida, ropa, protección… y normas.
Uno de los mayores, Ralph, hace sonar una caracola que atrae a sus compañeros al que será el punto de reunión de la isla. La caracola, desde entonces, será símbolo de asamblea y Ralph, por su aparente temple y madurez, será nombrado líder.
Aunque el muchacho intenta organizar las cosas (señala la importancia de construir refugios, organiza la búsqueda de comida…), los niños son difíciles de comandar: los peques están asustados por la presencia de una supuesta bestia marina, los vigilantes del fuego descuidan su tarea y los refugios dejan de construirse a los pocos días. Por si no fuera suficiente, a Ralph le surge un rival en liderazgo: Jack, el jefe de los niños cazadores.
Al principio, Jack no podría considerarse un chico malvado. Es el abusón de la clase y la idea de un mundo sin reglas para él es el paraíso, pero la lanza que se ha fabricado apenas tiene filo y los jabalíes de la isla aún le dan miedo. Sin embargo, por mucho que lo que Ralph, el bueno de Piggy o el optimista Simon digan suene lógico, Jack irá poco a poco dejándose poseer por su lado más salvaje.
A medida que las semanas pasan y el rescate no ocurre, los argumentos de Ralph suenan cada vez más carcas, la caracola va perdiendo su poder y el grupo de cazadores de Jack pierde el miedo a cazar de verdad. ¿Por qué Ralph no deja de parlotear y dar órdenes? ¿Qué importa si le robamos las gafas a Piggy? ¿Qué pasará si decidimos ir a cazar a la bestia en plena noche?
Solo son unos niños, pero el aislamiento acabará transformando a estos jóvenes náufragos en salvajes, y esta isla paradisiaca se convertirá en el lugar más peligroso de la Tierra.
Hoy traemos uno de esos títulos clásicos que puede que no sea de los que más resuenen en las clases de literatura pero cuya influencia ha llegado a muchas novelas juveniles actuales. Lo dijo el propio autor de El corredor del laberinto, y se nota desde el principio en Los Juegos del Hambre o incluso en la serie Perdidos… No es solo la atractiva ambientación (una isla desierta), ni el argumento (la supervivencia de los protagonistas), sino también la idea de un experimento sociológico. ¿Qué pasaría si unos jóvenes tuviesen que sobrevivir en condiciones extremas? ¿Qué sucede cuando chocan personalidades tan dispares?
Ya en 1954, fecha de publicación de la obra, William Golding se lo preguntó. Pero a diferencia de lo que otros autores más idealistas pensaban en aquella época, él no imaginó una historia entrañable de aventuras, sino un thriller psicológico. Ya en el propio título de la novela, que hace referencia a Belcebú, el diablo, lo dejó caer el autor: los niños de la isla creen que una misteriosa bestia los acecha, pero, en esas terribles circunstancias, el monstruo más peligroso de la isla serán ellos mismos.
Cada uno de los niños encarna un tipo de persona: el tranquilo, el optimista, el racional, el inseguro, el psicópata, el manipulador, el impulsivo… La isla, por otra parte, se trata de una civilización que empieza de cero: parte del caos y la desorganización, continúa con la democracia, y tras su fracaso llega la anarquía. Golding juega con el miedo, el poder grupal y la inexperiencia de los jóvenes para enseñar al lector cómo las cosas pueden ir de mal en peor cuando el ser humano enseña su lado más cruel.
Dejando a un lado el apasionante argumento, esta novela se merece un puesto en el top ten de esta sección por el estilo. Aunque no se sale del lenguaje de los niños, el autor es capaz de expresar ideas profundas y que hacen reflexionar al lector. Y eso por no mencionar la ambientación, y cómo la pluma de Golding será capaz de transportarte al mismo corazón de la selva.
Si después de leer el libro no te supera la inquietud, esta obra cuenta con dos adaptaciones cinematográficas: una en blanco y negro de 1960, y otra de 1990 dirigida por Harry Hook. Como imaginarás, si El señor de las moscas tuvo dos adaptaciones en una época en la que aún no estaban de moda, es porque tiene una historia impactante que no podrás quitarte de la cabeza durante mucho tiempo.