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Leí en tiempo nocturno, las siguientes barbaridades de un sereno que asesinó a nuestro señor presidente:
Hoy me hallo a cien lenguas de aquel día. Durante este paréntesis oscuro, me he dedicado con empeño a estudiar el gran libro de la vida. Es extenso y complejo, pero no deja de ser grosero. ¿Hay un Dios? -me decía a mis adentros, al tiempo que encuadernada mis hojas de la niñez. Pues cuando en él creí, fui dichoso. Cada sufrimiento me revolvía el estómago de felicidad sabrá Dios por qué. En cada libro, como las ovejas en cada zarza, he ido dejando, desgarrado y apabullado, el diván de la fé para recargarme en mis necios indicios de la gaya ciencia, como dijo cierto filósofo al que se le privó de la vista, pues veía de más y razonaba como el que más. Supe entonces que mi vida no fue desgraciada, sino más bien bañada de pura araña de masa sombría que me susurraban muerte al prójimo sin que ellos me hicieran nada. Como Dios así me hizo, razoné las ideas y opté por ahogar al necio que nos gobernaba. Pobre hombre, quedó todo torcido no por mí, señor Juez, sino por la amasia de mi caballo que le acomodó los huesos a mi cliente ya muerto de un balazo. Soy un bolsillo vacío y una conciencia sin fé. Cuando el saco no sirve para nada, se rompe sin más. Esto es a lo que me dedico.
Hoy me hallo a cien lenguas de aquel día. Durante este paréntesis oscuro, me he dedicado con empeño a estudiar el gran libro de la vida. Es extenso y complejo, pero no deja de ser grosero. ¿Hay un Dios? -me decía a mis adentros, al tiempo que encuadernada mis hojas de la niñez. Pues cuando en él creí, fui dichoso. Cada sufrimiento me revolvía el estómago de felicidad sabrá Dios por qué. En cada libro, como las ovejas en cada zarza, he ido dejando, desgarrado y apabullado, el diván de la fé para recargarme en mis necios indicios de la gaya ciencia, como dijo cierto filósofo al que se le privó de la vista, pues veía de más y razonaba como el que más. Supe entonces que mi vida no fue desgraciada, sino más bien bañada de pura araña de masa sombría que me susurraban muerte al prójimo sin que ellos me hicieran nada. Como Dios así me hizo, razoné las ideas y opté por ahogar al necio que nos gobernaba. Pobre hombre, quedó todo torcido no por mí, señor Juez, sino por la amasia de mi caballo que le acomodó los huesos a mi cliente ya muerto de un balazo. Soy un bolsillo vacío y una conciencia sin fé. Cuando el saco no sirve para nada, se rompe sin más. Esto es a lo que me dedico.
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