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prometía ser una noche aburrida para Estela, una chica de dieciséis años que en su tiempo libre, ganaba dinero como niñera a domicilio. En ese instante estaba a cargo del bebé de sus vecinos, los señores López, a quienes conocía desde hace años y vivían solo a un par de calles de su casa. Ambos habían salido a una cena importante, pero confiaban en ella para vigilar a su pequeño de dos años.
Estela le dio de cenar como le había indicado la madre, luego lo acostó en su cuna y bajó a la sala de estar para ver que ponían en la televisión.
No quería quedarse en la habitación del niño, pues al parecer, su padre tenía una extraña fascinación con los payasos y había decorado el cuarto con decenas de ellos. Payasos grandes y pequeños, de plástico, de porcelana y de trapo, en las paredes, en la cuna y los estantes. Estela no comprendía que clase de papá sensato armaría semejante espectáculo para un chiquillo, pues la visión de aquellos seres era no menos que tenebrosa.
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Sin embargo, el bebé o bien se había acostumbrado o tal vez todavía ni lo notaba, pues no parecía perturbado por aquello. Se había dormido al instante.
Así estuvo la chica mirando por un rato el televisor, hasta que un llanto la alertó.
Inmediatamente subió a ver al niño, quien se encontraba de pie sobre su cuna, llorando desconsolado. Ella lo tomó en brazos e intentó tranquilizarlo, en vano. No comprendía. El pequeño acababa de cenar y muy bien, no tenía el pañal sucio y por lo visto, tampoco tenía frío.
¿Podía ser que extrañara a sus padres?
Estela tomó el teléfono para llamarlos, mientras intentaba no mirar la escalofriante figura de payaso sentada en la mecedora. Tenía el tamaño de un niño y una expresión grotesca pintada en la cara. Parecía demasiado real para ser un juguete y de pronto la incomodó.
Por suerte el señor López contestó pronto.
—No te preocupes, estaremos ahí en media hora —le dijo, al explicarle que su hijo no paraba de llorar.
—Menos mal. ¿Le molesta si quito el payaso que está sentado en la mecedora, mientras llega? Me da un poco de escalofríos y creo que al bebé también.
—¿Qué payaso?
—El de tamaño real, que está en la mecedora.
El señor López le pidió que describiera al juguete con detalle. Estela lo hizo.
—Estela, quiero que tomes al bebé inmediatamente y cruces a casa del vecino. Cuando estés ahí, llámame.
Asustada por la repentina seriedad del sujeto, la chica hizo lo que le pidió. Una vez que volvieron a comunicarse, se le indicó que no se moviera de ahí. No se enteró de lo que sucedía hasta que llego la policía.
No había ningún payaso de tamaño real en la habitación del bebé. Era un enano de circo, que había entrado para robar y había fingido ser un muñeco, seguramente para que ella no armara un escándalo. Por suerte los oficiales habían logrado arrestarlo.