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Cada vez que paso por la Iglesia de Santo Domingo, en cuyo patio se encuentra el mausoleo de Manuel Belgrano, no puedo evitar sonreír con admiración . Porque Belgrano es el tipo de prócer al cual, cuando más se le conoce, más se le aprecia .
Sus valores se mantienen vigentes doscientos años después . Como economista, promulgó la necesidad de favorecer la agricultura, desarrollar la industria y estimular el comercio libre. Entre los integrantes de la Primera Junta, fue el primero en renunciar al salario de tres mil pesos anuales , siendo uno de los que más lo necesitaba. A falta de expertos, comandó dos campañas militares, al Paraguay y al Alto Perú. Impartió una férrea disciplina en aquellas complicadas milicias entusiastas (en situaciones de guerra, la disciplina salva muchas vidas) y manifestó hasta el cansancio que sin darle buena educación a los compatriotas nunca tendríamos una sociedad justa . La formación de la mujer era fundamental, según sus ideas.
Entre la nutrida correspondencia que escribió se leen frases de urgente vigencia : “El modo de contener los delitos y fomentar las virtudes es castigar al delincuente y proteger al inocente”. Otra frase belgraniana: “Nuestros patriotas están revestidos de pasiones, y en particular, la de la venganza ; es preciso contenerla y pedir a Dios que la destierre, porque de no, esto es de nunca acabar y jamás veremos la tranquilidad”.
Al vencer a los realistas en Tucumán (1812) y Salta (1813), su nombre subió al podio de los héroes del momento . Se le recompensó con dinero que donó de inmediato para dotar cuatro escuelas alejadas de los clásicos centros de educación.
La adulación no le sentaba.
Ante una insinuación que consideró grandilocuente, respondió: “Mucho me falta para ser un verdadero Padre de la Patria, me contentaría con ser un buen hijo de ella”.
Generoso, valiente y humilde, Belgrano apuntó sus acciones al bien común . Jamás se favoreció a sí mismo ni a sus parientes. Siempre pensó en el prójimo, en su desarrollo, en su bienestar. Por eso sacrificó su vida personal para dedicarse a darle bienestar a un pueblo que más de una vez le dio vuelta la cara.
Fue un buen patriota.
Este es el hombre a quienes sus contemporáneos atacaron , tanto por sus propuestas económicas, como por sus ideas políticas y sus acciones militares. Las enfermedades tampoco le tuvieron compasión y Belgrano murió cuando tenía 50 años . “Nada hay más despreciable para el hombre de bien, para el verdadero patriota que goza de la confianza de sus conciudadanos, que las riquezas”, había dicho alguna vez. Un hermano tuvo que aportar el mármol de una cómoda para hacerle la sencilla lápida en el atrio de Santo Domingo, donde hoy se encuentra el justiciero mausoleo que miro con emoción, orgullo y alegría cada vez que paso por ahí.
Sus valores se mantienen vigentes doscientos años después . Como economista, promulgó la necesidad de favorecer la agricultura, desarrollar la industria y estimular el comercio libre. Entre los integrantes de la Primera Junta, fue el primero en renunciar al salario de tres mil pesos anuales , siendo uno de los que más lo necesitaba. A falta de expertos, comandó dos campañas militares, al Paraguay y al Alto Perú. Impartió una férrea disciplina en aquellas complicadas milicias entusiastas (en situaciones de guerra, la disciplina salva muchas vidas) y manifestó hasta el cansancio que sin darle buena educación a los compatriotas nunca tendríamos una sociedad justa . La formación de la mujer era fundamental, según sus ideas.
Entre la nutrida correspondencia que escribió se leen frases de urgente vigencia : “El modo de contener los delitos y fomentar las virtudes es castigar al delincuente y proteger al inocente”. Otra frase belgraniana: “Nuestros patriotas están revestidos de pasiones, y en particular, la de la venganza ; es preciso contenerla y pedir a Dios que la destierre, porque de no, esto es de nunca acabar y jamás veremos la tranquilidad”.
Al vencer a los realistas en Tucumán (1812) y Salta (1813), su nombre subió al podio de los héroes del momento . Se le recompensó con dinero que donó de inmediato para dotar cuatro escuelas alejadas de los clásicos centros de educación.
La adulación no le sentaba.
Ante una insinuación que consideró grandilocuente, respondió: “Mucho me falta para ser un verdadero Padre de la Patria, me contentaría con ser un buen hijo de ella”.
Generoso, valiente y humilde, Belgrano apuntó sus acciones al bien común . Jamás se favoreció a sí mismo ni a sus parientes. Siempre pensó en el prójimo, en su desarrollo, en su bienestar. Por eso sacrificó su vida personal para dedicarse a darle bienestar a un pueblo que más de una vez le dio vuelta la cara.
Fue un buen patriota.
Este es el hombre a quienes sus contemporáneos atacaron , tanto por sus propuestas económicas, como por sus ideas políticas y sus acciones militares. Las enfermedades tampoco le tuvieron compasión y Belgrano murió cuando tenía 50 años . “Nada hay más despreciable para el hombre de bien, para el verdadero patriota que goza de la confianza de sus conciudadanos, que las riquezas”, había dicho alguna vez. Un hermano tuvo que aportar el mármol de una cómoda para hacerle la sencilla lápida en el atrio de Santo Domingo, donde hoy se encuentra el justiciero mausoleo que miro con emoción, orgullo y alegría cada vez que paso por ahí.
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