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Aun y todo por lo aparatoso que pueda parecer el macromundo con toda su grandeza, tiene su concordancia con la parte más minúscula o micromundo. El micromundo parte de un principio infinito en el que a través de su correspondencia con el macromundo o mundo infinito en el macrouniverso, establece un puente de unión con el Todo Absoluto, desde sus respectivas posiciones en todos los puntos del espacio ondulatorio. Y esto significa contracción del espacio-tiempo a un nivel minúsculo, por su espacio microscópico e infinitesimal, llevando como consecuencia la necesaria expansión en el macromundo. Cuestión esta que en física cuántica podríamos definir como espacio indeterminado. Y no solo lo es, sino que además está sabiamente determinado. Así, por ejemplo, el mismo efecto que ejerce una masa determinada de energía en estado denso: la materia que todos conocemos y que podemos tocar, acariciar, notar su temperatura o bien esa música o melodía que suena en nuestros oídos y nos permite evidenciar un cierto grado de trascendencia en determinados momentos, no son más que energía en un determinado estado vibratorio, y que puede repercutir favorablemente o no, en nuestro estado de ánimo. Estado de ánimo en función siempre de nuestra receptividad. Mejor dicho, de nuestro sentido crítico u objetivo. Si la dificultad es extrema, los sentidos alteran todo un proceso objetivo produciendo distorsión, desequilibrio, confusión y muchas veces zozobra. Pero una buena autoobservación nos va a procurar siempre la debida correspondencia con esos mundos internos.