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Esto último era consecuencia de la desconfianza de los reyes ante la posibilidad de que los magistrados locales actuaran por su cuenta. Por eso fue que crearon complicados y lentos sistemas de decisión: como era necesario contar con la autorización real y como los organismos subordinados se controlaban entre sí, la administración colonial resultó en muchos aspectos pesada e ineficaz.
Los monarcas absolutos asentaron su autoridad en el principio de que los habían delegado en ellos su poder para gobernar en la tierra. “El rey es puesto en la tierra en lugar de Dios para cumplir la justicia e dar a cada uno su derecho”. En la monarquía absoluta, el rey gobierna por voluntad de Dios sin intervención del pueblo, que sólo debe limitarse a acatar sus decisiones. En la democracia, el pueblo es soberano y delega parte de esa soberanía en los gobernantes.