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Unos viajeros encontraron cerca de una mina abandonada un muchachito indio dormido. Les llamo la atención que un ser humano estuviera en un parajo tan frió y solitario y trataron de averiguar como había llegado hasta allí, pero el permaneció completamente mudo. Les preguntaron el nombre de sus padres, sin obtener respuesta alguna. Los muraba extrañado como al no comprendiera una palabra.
Estaban indecisos entre dejarlo allí abandonado a su suerte o llevarlo consigo. Decidieron esto ultimo y montandolo a la grupa de una de sus cabalgaduras, fueron con el hasta el caserío mas cercano. Allí lo dejaron en manos de una buena mujer, que vivía con cierta comodidad y tenia dos hijos.
Ella lo tubo en su casita, lo visito y le dio de comer. Luego le preparo un blanco lecho y lo trajo con cariño. Pero el chico parecía un animalito del monte, pues no hablaba y miraba a su protectora.
Despues de unos dias, penso dedicarlo a la faena del campo y le dio un costal para que fuera a cosechar papas, pero el muchacho se puso a dormir y regreso sin las papas y sin el costal.
Al otro día la buena mujer se dijo: "No sirve para la cosecha, pero en algo tiene que ayudar. Hoy lo mandare a cuidar al rebaño". Y así se lo ordeno. Pero esa tarde el muchacho se presento con dos ovejas menos.
Una noche se desato una furiosa tempestad. Los truenos retumbaban en las montañas y el viento rugia en los tejados de las chozas. La mujer y sus hijos se abrazaron llenos de temor. Entonces sucedio una cosa extraordinaria. El muchachito, se animo, sus ojos brillaron de alegría y empezó a cantar son una vocecita destemplada y chillona, en un idioma desconocido.
La pobre mujer salio a llamarlo, porque le había tomado cariño, pero el arisco muchacho no regreso nunca mas.
Paso mucho tiempo. Los hijos de la viuda crecieron y fueron mineros, como había sido su padre. Un día hubo un desplome en la mina y uno de ellos quedo sepultado junto con otros operarios. La mujer acudió desconsolada y no quiso moverse en todo el día, esperando que extrajeron a su hijo.
Pero llego la noche y los mineros abandonaron el atea. La mina quedo desierta y la pobre mujer permanecido llorando sentada en una piedra. De pronto empezó a retumbar el trueno y a iluminar el rayo, el cielo ennegrecido por la tormenta. Una figura humana, se agito entre la oscuridad. Al pasar cerca de la mujer, esta lo reconoció. Era el muchachito a quien ella había recogido en su casa, hacia tanto tiempo.
El se detuvo a mirarla y un relámpago ilumino en ese momento el semblante lloroso de la pobre mujer. Entonces le hizo una seña para que lo siguiera y se perdió en la oscuridad de la mina. La mujer anduvo a yiendas, durante un largo rato. El muchacho le indicaba el camino con agudos gritos. Al fin se detuvo y con su manos afiladas empezó a atañar la dura roca. Pronto quedo abierto un agujero por donde pudo penetrar. Un rato despues volvía con el cuerpo del minero a cuestas. Estaba con los ojos cerrados y parecía muerto. Le soplo en la cara y así lo reanimo. Después se incorporo y pudo andar. El muchacho los guió hasta la entrada de la mina. Los truenos seguían retumbando, pero ya la pobre mujer no tenia miedo, había recobrado a su hijo y se sentía demasiado feliz. Cuando quiso agradecer al extraño hambrecillo su buena acción, ya este había desaparecido. A la luz de un relámpago, lo vio alejarse bailando, siempre bailando entre la tempestad.
Estaban indecisos entre dejarlo allí abandonado a su suerte o llevarlo consigo. Decidieron esto ultimo y montandolo a la grupa de una de sus cabalgaduras, fueron con el hasta el caserío mas cercano. Allí lo dejaron en manos de una buena mujer, que vivía con cierta comodidad y tenia dos hijos.
Ella lo tubo en su casita, lo visito y le dio de comer. Luego le preparo un blanco lecho y lo trajo con cariño. Pero el chico parecía un animalito del monte, pues no hablaba y miraba a su protectora.
Despues de unos dias, penso dedicarlo a la faena del campo y le dio un costal para que fuera a cosechar papas, pero el muchacho se puso a dormir y regreso sin las papas y sin el costal.
Al otro día la buena mujer se dijo: "No sirve para la cosecha, pero en algo tiene que ayudar. Hoy lo mandare a cuidar al rebaño". Y así se lo ordeno. Pero esa tarde el muchacho se presento con dos ovejas menos.
Una noche se desato una furiosa tempestad. Los truenos retumbaban en las montañas y el viento rugia en los tejados de las chozas. La mujer y sus hijos se abrazaron llenos de temor. Entonces sucedio una cosa extraordinaria. El muchachito, se animo, sus ojos brillaron de alegría y empezó a cantar son una vocecita destemplada y chillona, en un idioma desconocido.
La pobre mujer salio a llamarlo, porque le había tomado cariño, pero el arisco muchacho no regreso nunca mas.
Paso mucho tiempo. Los hijos de la viuda crecieron y fueron mineros, como había sido su padre. Un día hubo un desplome en la mina y uno de ellos quedo sepultado junto con otros operarios. La mujer acudió desconsolada y no quiso moverse en todo el día, esperando que extrajeron a su hijo.
Pero llego la noche y los mineros abandonaron el atea. La mina quedo desierta y la pobre mujer permanecido llorando sentada en una piedra. De pronto empezó a retumbar el trueno y a iluminar el rayo, el cielo ennegrecido por la tormenta. Una figura humana, se agito entre la oscuridad. Al pasar cerca de la mujer, esta lo reconoció. Era el muchachito a quien ella había recogido en su casa, hacia tanto tiempo.
El se detuvo a mirarla y un relámpago ilumino en ese momento el semblante lloroso de la pobre mujer. Entonces le hizo una seña para que lo siguiera y se perdió en la oscuridad de la mina. La mujer anduvo a yiendas, durante un largo rato. El muchacho le indicaba el camino con agudos gritos. Al fin se detuvo y con su manos afiladas empezó a atañar la dura roca. Pronto quedo abierto un agujero por donde pudo penetrar. Un rato despues volvía con el cuerpo del minero a cuestas. Estaba con los ojos cerrados y parecía muerto. Le soplo en la cara y así lo reanimo. Después se incorporo y pudo andar. El muchacho los guió hasta la entrada de la mina. Los truenos seguían retumbando, pero ya la pobre mujer no tenia miedo, había recobrado a su hijo y se sentía demasiado feliz. Cuando quiso agradecer al extraño hambrecillo su buena acción, ya este había desaparecido. A la luz de un relámpago, lo vio alejarse bailando, siempre bailando entre la tempestad.
renzo05febpauoei:
me la puedes resumir mas
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Respuesta: una vez, hace mucho tiempo, una joven salió de casa a lavar ropa en la chorrera de costumbre: la funesta. Aquella caída de agua era la misma en la que se había aparecido un hombrecito de sombrero grande, cinturón ancho y botas sucias. No era otro sino el Duende, entre quienes lo conocían, aquel personaje singular tenía mala fama de conquistador, pues su costumbre era llevase a las jóvenes más bellas y vírgenes de Chambo.
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