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Su sucesor, Amenofis I, continuó las campañas en Nubia y separó las tumbas y los templos, que hasta esa época permanecían unidos. Luego, Tutmosis I mantuvo la política de expansión territorial sobre Nubia y Asia.
Cuando Tutmosis III fue elegido faraón, era menor de edad, por lo que fue su tía Hatshepsut quien ejerció como tal por 18 años, periodo en que reparó los monumentos destrozados por los hicsos y promovió el comercio con Nubia y Punt. A su muerte, Tutmosis III llevó sus fuerzas militares hasta el río Éufrates, con lo cual Egipto alcanzó su máxima expansión.
Los siguientes faraones consolidaron el poder egipcio, además de la paz con el poderoso reino Mitanni (o Hurrita, que habitaba el actual norte de Siria). De estos reyes destacó Amenofis III, quien fue un gran diplomático e impulsor de la construcción de monumentos y templos.
Un solo dios
Cuando asumió Amenofis IV en el cargo de faraón, se inició la era conocida como El-Amarna, en la cual se estableció el culto a un único dios, Atón, el Sol. El gobernante cambió su nombre por el de Akenatón y luchó contra el excesivo poder de los sacerdotes de Amón. Cerró sus templos y confiscó sus riquezas. También trasladó la capital a Aketatón.
Algunos años luego de que muriera Akenatón, subió al trono su yerno, un adolescente Tutankamón, el cual con el tiempo y bajo la influencia de los sacerdotes de Amón restableció este culto y a Tebas como capital del imperio. Murió cuando no tenía más de 18 años, terminando así la dinastía XVIII. El general Horemheb siguió gobernando como regente y reorganizó el estado.
La XIX dinastía
Esta dinastía se inicia con el reinado de Ramsés I. Su hijo, Seti I, luchó exitosamente contra sirios, libios y otros pueblos asiáticos y comenzó a construir el templo de Abu Simbel, convirtiendo a Egipto nuevamente en una gran potencia.
Ramsés II firmó la paz con los hititas, lo que trajo un gran periodo de estalidad, lapso que el faraón aprovechó para construir colosales estructuras y edificios, entre otras actividades. Menefta, hijo de Ramsés II, le sucedió y durante su mandato el papel de Egipto como árbitro de Asia decayó.
Ramsés III, perteneciente a la última dinastía del imperio nuevo, la XX, también denominada Ramésida, logró rechazar a nuevos invasores (aqueos y pueblos de Asia Menor) y consiguió una corta época de paz.
Después, Egipto comenzó a perder influencia en el cercano Oriente, desarrollándose constantes luchas internas que, incluso, llevaron al gobierno paralelo de dos dinastías: por una parte, los sucesores de Ramsés XI, gobernando en Tanis y, por otra, la de los sacerdotes de Amón, con sede de gobierno en Tebas.
Decadencia del imperio o tercer periodo intermedio
Esta época se inaugura con la dinastía XXII, de origen libio. Su centro de poder se estableció en Bubastis y su primer rey fue Sheshonq I, el cual, para recuperar las tierras palestinas, atacó con éxito a Israel. Esto le permitió a Egipto convertirse en el señor feudal de los pequeños principados asiáticos. Sin embargo, el término de esta dinastía se vio afectada por la debilidad del poder y los problemas económicos del reino.
Mientras Egipto se dividía cada vez más, designándose soberanos en diferentes lugares del país al mismo tiempo, en el norte, Tefnath, de origen libio, se declaraba faraón y fundaba la XXIV dinastía, la Saíta, que coexistió con la XXII y XXIII.
La XXV dinastía fue de origen nubio y comenzó, aproximadamente, en el 715 a.C. Su influencia alcanzó a todo el valle del Nilo, aunque se vio frenada por los asirios. En el siglo VI a.C. se renovó el esplendor egipcio con Psamético I, quien expulsó a los asirios del territorio. Sin embargo, las continuas guerras con diversos estados fueron minando la capacidad egipcia para mantener su autonomía y estabilidad interna, cuestión que fue aprovechada por naciones como la caldea y judía para ejercer influencia o gobernar sus destinos. Finalmente, fueron los persas los que sometieron al país de los faraones, cuando Cambises derrotó a su ejército y esta nación perdió su independencia.
Con la conquista de Alejandro Magno y, después, la invasión romana, Egipto sería protagonista de Oriente de nuevo, aunque ya no como una potencia autónoma.