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El 28 de agosto de 1963, Martin Luther King se puso de pie en la explanada de Washington, justo en frente del monumento a Lincoln en la capital estadounidense, y ante 250.000 personas expresó uno de sus sueños: que los negros y los blancos no tuvieran que vivir separados.
"No podemos estar satisfechos si la movilidad básica de un negro es de un gueto pequeño a uno más grande", dijo King ese miércoles en su discurso que pasó a la historia.
King ya se había convertido en ese entonces en un adalid de los derechos civiles, una voz poderosa que pedía un país donde no reinaran las divisiones raciales.
Cinco décadas más tarde, mucha agua ha corrido bajo el puente y Estados Unidos es claramente una nación distinta, que en muchos indicadores ha avanzado para reducir las brechas entre los diferentes sectores de la población.
Al mismo tiempo, al país lo siguen sacudiendo de vez en cuando campanazos de alerta.
Ferguson, Misuri, es un ejemplo de ello: paralizado desde hace más de una semana por protestas violentas que comenzaron tras la muerte de un joven negro a manos de un policía blanco y amenazan con crecer tras la muerte de un segundo joven afroestadounidense el martes, este pequeño suburbio de San Luis ha vuelto a poner en el primer plano cómo algunas partes del país todavía están marcadas por las separaciones raciales.