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La gente mayor, recordando antiguas desgracias, culparon a Iwia y a Iwianchi, seres diabólicos que desnudaban la tierra comiéndose todo cuanto existía. Pero otros continuaron sus esfuerzos por encontrar el ansiado alimento.
Una mujer, Nuse, venciendo sus temores, buscó el “unkuch” entre los sitios más ocultos y tenebrosos, pero todo fue inútil. Sin desanimarse, volvió donde sus hijos, y contagiándoles su valor, reiniciaron la búsqueda.
Caminaron muchos días siguiendo el curso del río. Pero a medida que transcurría el tiempo, el calor agobiante terminó por aplastarlos. Así, Nuse y sus hijos quedaron tendidos en la arena.
Entre sueños, le pareció ver que sobre la transparencia del río aparecían pequeñas rodajas de un alimento desconocido. Nuse se lanzó al agua y las tomó. Era la yuca.
Apenas probó esa raíz sabrosa y dulce, sintió que sus ánimos renacían misteriosamente y enseguida corrió a socorrer a sus hijos. Nuse se estremeció cuando sintió que alguien la observaba. Inquieta, hundió sus ojos por todos los rincones, mas sólo vio la soledad inmensa del desierto. De pronto, descubrió a una mujer bellísima frente a ella.
Nuse retrocedió asustada. Pero la mujer le sonreía dulcemente.
—¿Quién es usted, señora? —preguntó Nuse temorosa.
—Yo soy Nunkui, la dueña y soberana de la vegetación. Sé que tu pueblo vive en una tierra desnuda y triste, en donde apenas crece el “unkuch”.
Una mujer, Nuse, venciendo sus temores, buscó el “unkuch” entre los sitios más ocultos y tenebrosos, pero todo fue inútil. Sin desanimarse, volvió donde sus hijos, y contagiándoles su valor, reiniciaron la búsqueda.
Caminaron muchos días siguiendo el curso del río. Pero a medida que transcurría el tiempo, el calor agobiante terminó por aplastarlos. Así, Nuse y sus hijos quedaron tendidos en la arena.
Entre sueños, le pareció ver que sobre la transparencia del río aparecían pequeñas rodajas de un alimento desconocido. Nuse se lanzó al agua y las tomó. Era la yuca.
Apenas probó esa raíz sabrosa y dulce, sintió que sus ánimos renacían misteriosamente y enseguida corrió a socorrer a sus hijos. Nuse se estremeció cuando sintió que alguien la observaba. Inquieta, hundió sus ojos por todos los rincones, mas sólo vio la soledad inmensa del desierto. De pronto, descubrió a una mujer bellísima frente a ella.
Nuse retrocedió asustada. Pero la mujer le sonreía dulcemente.
—¿Quién es usted, señora? —preguntó Nuse temorosa.
—Yo soy Nunkui, la dueña y soberana de la vegetación. Sé que tu pueblo vive en una tierra desnuda y triste, en donde apenas crece el “unkuch”.
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