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Rusia ha pasado por importantes transformaciones desde el fin de la Unión Soviética, saliendo de una economía planeada centralmente, para una economía de mercado globalmente integrada. Las reformas económicas de los años 1990 privatizaron gran parte de la industria, con la notable excepción de los sectores energético y militar. El rápido proceso de privatización, incluyendo un sistema de préstamo para la compra de acciones, permitió la formación de "oligarquías" económicas con fuertes relaciones políticas, que dejaron la propiedad de las empresas privatizadas altamente concentrada en pocas manos. La protección a los derechos de propiedad es pequeña y el sector privado está sujeto a intervenciones del Estado. En la actualidad (datos de febrero de 2017) el país tiene una deuda por el 7,5% del PBI, reservas internacionales por 400.000 millones de dólares, superávit de cuenta corriente del 3,4% del PBI, un nivel de inflación de menos del 4,5%.
Su industria está dividida en dos bloques: uno con grandes productoras de materias primas, que tienen competitividad global —en 2012 Rusia era el principal exportador de petróleo y gas natural del mundo, así como el tercer exportador mundial de acero y aluminio bruto- y otro con otras industrias pesadas. Esta dependencia de la exportación de materias primas, aunque beneficiadas, deja el país vulnerable a los ciclos volátiles de alta y rebaja de los precios internacionales de estos productos.
Tras una crisis y recesión de corto plazo (2014-15) debido a las sanciones unilaterales de la Unión Europea y los EEUU, la economía ha vuelto a crecer un 0.3% (2016) y un 1.7% (2017), consiguiendo la economía rusa hacerse menos dependiente de Occidente y volviendo su mirada hacia las otras potencias del grupo BRICS (China, India, Brasil y Sudáfrica) así como hacia Latinoamérica y África