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Producto de injusticias históricas, las crisis económicas dejan a su paso suplicio para las víctimas y beneficio para los culpables, quienes permanecen sin castigo. No son hechos fortuitos, tienen causas, mismas que se ocultan entre corruptos discursos políticos sin saliva.
Hablar de dinero es hablar de un modelo económico, y por lo tanto, de un modo de vida. Las cifras, las gráficas y los análisis financieros se remiten a los datos y ocultan los rostros humanos y sus historias.
Creo en la necesidad de ponerle cara a esos datos. Por ello, a continuación un poco de mi historia, sobre el dinero y modelo que la sostiene.
Soy parte de la generación de la crisis. Desde que tenía un par de años viví los estragos de las crisis económicas mexicanas, las devaluaciones del peso, en 1977 y 1982, la inflación durante los 80, fuga de capitales en 1994 y, obviamente, la incertidumbre y la zozobra que acompaña este tipo de episodios para familias enteras.
De pequeño bastaba con escuchar los noticiarios como sonido ambiental o una conversación entre adultos, para enterarse de que una nueva crisis económica estaba por azotar, y habría que apretar el cinturón.
La desconfianza del peso obligaba a los mexicanos a adquirir dólares, y para ello debían enfilarse durante horas en bancos, para evitar la pérdida del valor de su patrimonio.
Con los dólares bajo del colchón, lo que seguía era esperar el próximo mensaje del presidente.