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Cuando yo estaba en la barriga de mi madre, nadie tenía ni idea de que yo iba a nacer con esta pinta”, cuenta, en primera persona, el niño de 10 años protagonista de Wonder, en las primeras líneas de la novela en la que se basa: Wonder, la lección de August,de R. J. Palacio. La frase, y la expresión “esta pinta”, podrían servir de paradigmas para el tono —desmitificador, aliviador, casi sarcástico— de una de esas películas funambulistas, dificilísimas de resolver, sobre temas y ambientes peliagudos. Porque “esta pinta” es la de un niño nacido con síndrome de Treacher-Collins, una malformación craneofacial congénita, que ha sido operado en 27 ocasiones, y que después de ser educado en casa por su madre durante años y de salir a la calle continuamente ataviado con un casco de astronauta, aborda su primera experiencia en un colegio con niños de su edad.
En la línea de lo que supuso la excelente Máscara (Peter Bogdanovich, 1985), aquella sobre un chico semejante en edad adolescente, Wonder se aproxima al drama desde la grandeza del amor de una familia y desde las inevitables zancadillas de una sociedad que no parece preparada para mirar de frente a determinados aspectos de la vida —desde el físico al moral—. Ayudado por unas actuaciones formidables, con Julia Roberts y un magnífico grupo de intérpretes infantiles comandado por Jacob Tremblay, el crío de La habitación, Stephen Chbosky, director del evento, guía el relato con la mano firme del que no teme al drama pero tampoco a la comedia, y, sobre todo, del que sabe que caer en el sentimentalismo y lo lacrimógeno sería un golpe bajo a la esencia de su historia.
Aunque resulte materialmente imposible no soltar unas lágrimas, el director de la también estupenda Las ventajas de ser un marginado (2012), basada en una novela propia, nunca fuerza la tuerca de lo melifluo. Sus toques de fantasía, con un crío que se refugia en una realidad paralela, la de Star Wars, para hacer frente a la batalla diaria que le espera, y su sentido del humor acompañan siempre al evidente melodrama que domina el conjunto, elegante y respetuoso.
Película ideal para toda la familia, Wonder se amplifica además con aspectos colaterales pero esenciales: el poderoso tratamiento del personaje de la hermana mayor, la presencia de una pareja interracial —no hay tantas en el cine—, y el hecho de que esta vez sea el padre el personaje florero de la historia. Así, un diálogo mayúsculo entre el crío y un amigo podría resumir una película admirable:
—¿Y no puedes hacerte una operación de cirugía estética?
—Oye, que esta pinta la tengo gracias a la cirugía estética.