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Los avances tecnológicos en maquinaria bélica de infantería al comenzar la Primera Guerra Mundial incluían ametralladoras, morteros y piezas de artillería que iban desde cañones ligeros hasta grandes obuses. Durante los primeros choques en el Frente Occidental, la utilización de estas armas en una posición defensiva eran devastadoras para los soldados que se acercasen a su rango de tiro, quienes iban armados con rifles de cerrojo y armas cortas. Con el paso de los días, el gran uso de la artillería contra los grupos atacantes terminaba saturando el suelo, que dejaba de ser firme y se transformaba en barro, dificultando aún más el movimiento tanto de vehículos como de hombres. Frente a esta situación, era más eficaz construir posiciones defensivas como trincheras y nidos de ametralladoras y cañones. Tanto el bando alemán como el anglo-francés quedaron en una situación de estancamiento, pues era casi imposible sacar a los defensores con todos los factores antes mencionados. Durante los primeros 2 años ambos intentaron romper el estancamiento, de manera desastrosa, realizando genocidios con sus propias tropas, siendo la más destacada la batalla de Verdún, donde cientos de miles de soldados murieron en unas pocas horas, sólo para ganar unos kilómetros de tierra. A lo largo del tiempo, se desarrollaron armas y tácticas destinadas a romper ese estancamiento, como las granadas modernas, el uso de armas químicas, los lanzallamas, los subfusiles, y los tanques
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