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Inés Pereyra descubre que Ernesto, su marido, tiene una amante –su secretaria Alicia–. A partir de la muerte de esta última, ella comienza una investigación y descubre secretos de la vida de su esposo que empiezan a derrumbar esa imagen de familia perfecta armada para los demás.
Inés está dispuesta a todo para salvar las apariencias de la familia feliz; es manipuladora, al punto de haber quedado embarazada para obligar a Ernesto a casarse con ella –aunque también él la manipula valiéndose de su deseo de tener un hombre que la banque–; se siente por momentos la “madre” de su marido, la que le organiza y le ordena su vida; no se ocupa demasiado de su hija e incluso la ve como competidora frente a la atención del padre; es precavida y calculadora ya que, por las dudas, abre una cuenta secreta en un banco para guardar su plata; y es negadora –aunque según ella solo busca siempre el lado positivo de las cosas–, lo que la lleva a minimizar la infidelidad y a justificarla en un comienzo.
Además de estos capítulos contados desde la propia protagonista, hay otros que son solo diálogos: son aquellos dedicados a Lali, la hija del matrimonio. Ella está embarazada, sus padres no lo saben, y lo peor, ni lo sospechan. En estos fragmentos la voz de la adolescente evidencia cuáles son sus conflictos: la mala relación con sus padres, especialmente con la madre; el desprecio que siente por la actitud hipócrita de ambos; la falta de información acerca de su propio embarazo y el abandono del novio. La ausencia total del narrador, además, colabora para que nada interfiera en el espacio único en que Lali puede expresarse libremente. Estos capítulos contrastan con la imagen que Inés y Ernesto nos dan de su hija.
Los diferentes puntos de vista se completan con la utilización de un narrador omnisciente que cuenta desde Ernesto o desde la propia Inés –ampliando, en este caso, su discurso en primera persona–. Esto de intercalar capítulos con diferentes voces configura en sí mismo un indicio extra porque el lector percibe que hay una verdad que está fragmentada, que ninguna de estas voces tiene la totalidad del conocimiento de lo que pasa y que entonces él mismo tiene que ir atando los cabos sueltos y rearmando la historia para determinar finalmente quiénes son los culpables. En este sentido, es el lector el que también actúa como un investigador privilegiado porque es el único que tiene la ventaja de escuchar la versión de todos los protagonistas. Esta pluralidad de voces nos recuerda, en cierta medida, otra novela, Rosaura a las diez de Marco Denevi.
Más allá del relato policial en sí mismo, Tuya es también un retrato de ciertas mujeres de clase media alta, lo que configura lugares comunes, estereotipos fácilmente identificables: la mujer debe casarse con un hombre que nunca le haga faltar nada (y ese “nada” remite sobre todo a lo material) y que le permita adquirir una identidad: a Inés le gusta que la llamen “la mujer de Ernesto” porque es lo que le proporciona su lugar en el mundo; sus actividades pasan por ocuparse del manejo de la casa y de la atención del marido, siempre vestida de elegante sport y con buenos accesorios. Lo importante es, ante todo, la imagen de felicidad que el matrimonio da puertas afuera, aunque en la intimidad el sexo sea escaso, los besos casi inexistentes –porque “los matrimonios con el tiempo dejan de besarse”–, y haya que soportar, cada tanto, las infidelidades del marido.
Todos estos mandatos anteriores son, a su vez, producto de una sociedad machista que estas mujeres alimentan y trasmiten a sus hijos. La voz de la madre de Inés es un ejemplo de este machismo femenino que es el peor: su marido la abandona y ella se hace llamar “la viuda de Lamas” solo para mostrarle a la sociedad que sigue teniendo el respaldo de un hombre; es ella también la que incita a Inés a obligar a Ernesto a casarse como sea y la que establece claramente la división de roles en un matrimonio: “porque ocuparse de los autos es una tarea de los hombres, y como decía mi mamá, el día que cambiás un cuerito, sonaste, porque ya creen que sos plomera diplomada y no agarran un destornillador ni que se esté inundando la casa”. La otra madre que perpetúa el machismo a través de su comportamiento es la de Iván, el novio de Lali. Cuando la adolescente la llama por teléfono y le pide hablar con su hijo, es ella la que le dice “…el error fue tuyo, ¿estamos de acuerdo, no?” y le exige que los deje en paz.
Un corazón dibujado con rouge, un “te quiero” y la firma “Tuya” son las evidencias que llevan a Inés a sentir que la vida que llevó hasta el presente tambalea. Para el lector, es el punto de partida de una historia atrapante, con una intriga bien armada y con un final que sorprende.
Inés está dispuesta a todo para salvar las apariencias de la familia feliz; es manipuladora, al punto de haber quedado embarazada para obligar a Ernesto a casarse con ella –aunque también él la manipula valiéndose de su deseo de tener un hombre que la banque–; se siente por momentos la “madre” de su marido, la que le organiza y le ordena su vida; no se ocupa demasiado de su hija e incluso la ve como competidora frente a la atención del padre; es precavida y calculadora ya que, por las dudas, abre una cuenta secreta en un banco para guardar su plata; y es negadora –aunque según ella solo busca siempre el lado positivo de las cosas–, lo que la lleva a minimizar la infidelidad y a justificarla en un comienzo.
Además de estos capítulos contados desde la propia protagonista, hay otros que son solo diálogos: son aquellos dedicados a Lali, la hija del matrimonio. Ella está embarazada, sus padres no lo saben, y lo peor, ni lo sospechan. En estos fragmentos la voz de la adolescente evidencia cuáles son sus conflictos: la mala relación con sus padres, especialmente con la madre; el desprecio que siente por la actitud hipócrita de ambos; la falta de información acerca de su propio embarazo y el abandono del novio. La ausencia total del narrador, además, colabora para que nada interfiera en el espacio único en que Lali puede expresarse libremente. Estos capítulos contrastan con la imagen que Inés y Ernesto nos dan de su hija.
Los diferentes puntos de vista se completan con la utilización de un narrador omnisciente que cuenta desde Ernesto o desde la propia Inés –ampliando, en este caso, su discurso en primera persona–. Esto de intercalar capítulos con diferentes voces configura en sí mismo un indicio extra porque el lector percibe que hay una verdad que está fragmentada, que ninguna de estas voces tiene la totalidad del conocimiento de lo que pasa y que entonces él mismo tiene que ir atando los cabos sueltos y rearmando la historia para determinar finalmente quiénes son los culpables. En este sentido, es el lector el que también actúa como un investigador privilegiado porque es el único que tiene la ventaja de escuchar la versión de todos los protagonistas. Esta pluralidad de voces nos recuerda, en cierta medida, otra novela, Rosaura a las diez de Marco Denevi.
Más allá del relato policial en sí mismo, Tuya es también un retrato de ciertas mujeres de clase media alta, lo que configura lugares comunes, estereotipos fácilmente identificables: la mujer debe casarse con un hombre que nunca le haga faltar nada (y ese “nada” remite sobre todo a lo material) y que le permita adquirir una identidad: a Inés le gusta que la llamen “la mujer de Ernesto” porque es lo que le proporciona su lugar en el mundo; sus actividades pasan por ocuparse del manejo de la casa y de la atención del marido, siempre vestida de elegante sport y con buenos accesorios. Lo importante es, ante todo, la imagen de felicidad que el matrimonio da puertas afuera, aunque en la intimidad el sexo sea escaso, los besos casi inexistentes –porque “los matrimonios con el tiempo dejan de besarse”–, y haya que soportar, cada tanto, las infidelidades del marido.
Todos estos mandatos anteriores son, a su vez, producto de una sociedad machista que estas mujeres alimentan y trasmiten a sus hijos. La voz de la madre de Inés es un ejemplo de este machismo femenino que es el peor: su marido la abandona y ella se hace llamar “la viuda de Lamas” solo para mostrarle a la sociedad que sigue teniendo el respaldo de un hombre; es ella también la que incita a Inés a obligar a Ernesto a casarse como sea y la que establece claramente la división de roles en un matrimonio: “porque ocuparse de los autos es una tarea de los hombres, y como decía mi mamá, el día que cambiás un cuerito, sonaste, porque ya creen que sos plomera diplomada y no agarran un destornillador ni que se esté inundando la casa”. La otra madre que perpetúa el machismo a través de su comportamiento es la de Iván, el novio de Lali. Cuando la adolescente la llama por teléfono y le pide hablar con su hijo, es ella la que le dice “…el error fue tuyo, ¿estamos de acuerdo, no?” y le exige que los deje en paz.
Un corazón dibujado con rouge, un “te quiero” y la firma “Tuya” son las evidencias que llevan a Inés a sentir que la vida que llevó hasta el presente tambalea. Para el lector, es el punto de partida de una historia atrapante, con una intriga bien armada y con un final que sorprende.
maxigenius:
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