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Los problemas que angustian a la familia parece que no se muestran ya en estos últimos años en la
forma llamativa que los caracterizó en los años setenta. Sin embargo,
no se puede decir ciertamente que haya disminuido su intensidad y
actualidad. Alguien sostiene que el problema de los jóvenes y el de la
liberación de la mujer (con todo lo que implica para la vida de la
familia) poseen la carga revolucionaria de los grandes
acontecimientos de la historia y que quedará como el hecho
especifico de nuestro siglo. Es posible que esta valoración sea
exagerada, pero ciertamente no carece de fundamento en los hechos.
Con dificultad los jóvenes encuentran en la familia un espacio en el
que vivir armoniosamente sus problemas y expresar su creatividad
original, como tampoco reciben respuestas adecuadas de la sociedad
con la que se enfrentan.
Sin caer en justificaciones que no vienen al caso, no se puede
dejar de admitir que su descontento va más allá de la buena voluntad
y que se ven obligados a debatirse en un enredo oscuro, si bien
desgraciadamente con frecuencia se resignan.
2. LA PAREJA Y LA FAMILIA. La familia parece a menudo incapaz
de cumplir su propia función; y si las conclusiones no son siempre
dramáticas, sí son ampliamente insuficientes. No en vano, aunque
equivocadamente, se ha hablado con frecuencia en estos años de fin
o superación de la familia y de la pareja, sin indicar por otra parte
alternativas concretas y posibles. Queda en pie el hecho de que,
dentro del núcleo familiar, sigue sin resolverse el problema de la
comunicación, con el cual están ligados todos los demás. No sólo el
lenguaje hace resaltar distancias insalvables entre padres e hijos,
sino que entre los mismos padres los gestos y las palabras se
convierten a menudo en signos de contradicción, huérfanos de los
valores de los que debieran originarse. El padre y la madre no se
hablan ya o lo hacen a duras penas; o, peor aún, el hablarse es
fuente cotidiana de conflictos. Los hijos, según van creciendo,
renuncian al diálogo sobre los temas más significativos de su
experiencia. Es cierto que los estímulos que llegan de la sociedad son
violentos y provocadores, pero la familia, en vez de ser un filtro
aclarador, se convierte en un espacio donde todo se estanca de
modo casi sofocante. Los valores, aunque no estén ausentes
terminan siendo más un refugio individual que un lugar de serena
confrontación y de comunicación interpersonal.
forma llamativa que los caracterizó en los años setenta. Sin embargo,
no se puede decir ciertamente que haya disminuido su intensidad y
actualidad. Alguien sostiene que el problema de los jóvenes y el de la
liberación de la mujer (con todo lo que implica para la vida de la
familia) poseen la carga revolucionaria de los grandes
acontecimientos de la historia y que quedará como el hecho
especifico de nuestro siglo. Es posible que esta valoración sea
exagerada, pero ciertamente no carece de fundamento en los hechos.
Con dificultad los jóvenes encuentran en la familia un espacio en el
que vivir armoniosamente sus problemas y expresar su creatividad
original, como tampoco reciben respuestas adecuadas de la sociedad
con la que se enfrentan.
Sin caer en justificaciones que no vienen al caso, no se puede
dejar de admitir que su descontento va más allá de la buena voluntad
y que se ven obligados a debatirse en un enredo oscuro, si bien
desgraciadamente con frecuencia se resignan.
2. LA PAREJA Y LA FAMILIA. La familia parece a menudo incapaz
de cumplir su propia función; y si las conclusiones no son siempre
dramáticas, sí son ampliamente insuficientes. No en vano, aunque
equivocadamente, se ha hablado con frecuencia en estos años de fin
o superación de la familia y de la pareja, sin indicar por otra parte
alternativas concretas y posibles. Queda en pie el hecho de que,
dentro del núcleo familiar, sigue sin resolverse el problema de la
comunicación, con el cual están ligados todos los demás. No sólo el
lenguaje hace resaltar distancias insalvables entre padres e hijos,
sino que entre los mismos padres los gestos y las palabras se
convierten a menudo en signos de contradicción, huérfanos de los
valores de los que debieran originarse. El padre y la madre no se
hablan ya o lo hacen a duras penas; o, peor aún, el hablarse es
fuente cotidiana de conflictos. Los hijos, según van creciendo,
renuncian al diálogo sobre los temas más significativos de su
experiencia. Es cierto que los estímulos que llegan de la sociedad son
violentos y provocadores, pero la familia, en vez de ser un filtro
aclarador, se convierte en un espacio donde todo se estanca de
modo casi sofocante. Los valores, aunque no estén ausentes
terminan siendo más un refugio individual que un lugar de serena
confrontación y de comunicación interpersonal.
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