• Asignatura: Filosofía
  • Autor: Manukin
  • hace 8 años

Qué dice Aristóteles Homero y Platón de la filosofía

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Respuesta dada por: Micaela118
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En este cuarto capítulo, Juan María Alponte, en el libro en comento, “Alejada Atenea, silenciosos Apolo y Dionisio, y lejano, en el inmenso solar de los cielos, el dios de los dioses, comprendí que había pedido lo que, acaso, no podría soportar”. 

Si yo fuera Dionisio te diría que bebieras un vino nuevo, en odre viejo que el porvenir bautizará como la invención de la filosofía. Estate atento. Bebe ese vino.

Desperté, sin agobio, asombrosamente lúcido, a la veta del Partenón. En el año 449 antes de Kristos en el tiempo de Pericles, ese memorable líder ateniense. Fue él quien mandó construir, en la cima de la Acrópolis, un santuario en honor de Atenea, diosa tutelar de Atenas. El templo anterior lo destruyeron los guerreros persas de Jerjes, pero Pericles, clarividente político, levantó otro mejor. Pericles, que era un hombre de Estado, reunió, para esa obra, para que fuera parte de la historia del Ser Humano, a los mejores entre los mejores: Iquinos y Kalicatres, arquitectos de mi primer orden. Pero Pericles disponía de un genio para coronar el santuario: el escultor Fidias. Él ya había pintado, al temple, el viejo Santuario de Zeus. 

Toda la filosofía es, sin más, apuntes sobre Platón. Yo era para Platón –dice Homero-, la memoria de la Grecia arcaica. Sin ella era imposible ascender –incluso para Platón. Al logos, a la mesura. Una mesura lúdica porque él es indisociable de Sócrates.

Platón había concedido la sophia, la filosofía, radicalmente, como un diálogo, como una serie de diálogos. Enseñar y aprender dialogando en un banquete [symposion] regulado por la palabra, el vino, la dialéctica y Eros. Platón fue educado para defender la Patria, la Ática. Atenas se rindió , en el 404, a los persas. 

Platón, que pertenecía a esa clase social –aristoi- aristócratas-, aunque combatiera contra Esparta como soldado, dejó pasar un largo instante, pesado como un mundo, de silencio. Yo comprendí bien –dice Homero-, Platón añadió: “Lisando impuso a Atenas un gobierno no oligárquico. Creyó, con esa imposición, que se impediría el pensamiento. La guerra del Peloponeso nos dejó en ruinas. La peor, la Tiranía de los Treinta, pero la Tiranía no pudo impedir el cambio”.

¿Sabes, Homero, que Pericles fue amigo de Anaxágoras, el filósofo de la astronomía y la Naturaleza que los griegos llamaron Nous [la mente] y también amigo de Fidias el escultor prodigioso? Los hombres no se encuentran casualmente. Se buscan y se atraen, como urgidos de una necesidad absoluta del “otro” con el “otro”. 

“Sí, Platón, pero Anaxágoras, como Sócrates, fue condenado a muerte por sus dudas religiosas y por el delito de “impiedad”. 

Pericles hizo todo lo posible para que Anaxágoras pudiera huir. Ya sabes, que Sócrates no quiso usar esa posibilidad que le brindaron sus discípulos, entre ellos, Platón. Vivir fuera de la Polis ateniense era una tragedia para un griego. Sócrates no quiso la libertad al precio de dejar de ser, en el exilio, un ciudadano”. 

“Pues bien, Atenea me ha suplicado que viniera a decirte que podrás asistir al juicio de Sócrates y a su muerte. El hombre presente y omnipresente en la filosofía griega, el hombre que ilumina los Diálogos de Platón, está dispuesto a tomar la cicuta. 

La apología de Sócrates, es decir, la historia de su Juicio y de su muerte relatada por Platón, Critón y Fedón. Acusado de no creer en los dioses de la ciudad y de pervertir a los jóvenes enseñándoles el arte de razonar, Sócrates se convertiría, sin haber escrito una línea en su vida, en la figura central de la filosofía occidental. Quietos, sentados, absortos, los discípulos de la Academia Platónica preparaban su memoria para la gran herida de la historia: la muerte de Sócrates. 

Apolo, sonriente, dejó en mi memoria una frase clásica de los navegantes lusitanos: “primero navegar, después vivir

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