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Al calor del hervidero político que era Chile en 1969, al compositor Sergio Ortega le pareció pertinente incluir en el himno de la candidatura presidencial de Salvador Allende la frase “¡aplastemos al perro burgués!”. Para Inti Illimani, que grabaría la canción, era demasiado: podía jugar en contra del candidato. Víctor Jara también se dio cuenta. Hizo un par de llamados y logró sacar la agresiva frase de la letra de Venceremos. Era una intuición política lo que movía al grupo y a Jara, pero algo más: la convicción estética de mantener la dignidad de la canción popular.
Creadora de los panfletos musicales más célebres de la Unidad Popular, la Nueva Canción Chilena fue capaz de conjugar pasión política con integridad artística. “Es lejos el movimiento de música popular más trascendente que ha tenido Chile, no ha habido nada mejor y más brillante que eso”, dice Marisol García.
Periodista musical desde hace 15 años, García habla desde su libro Canción valiente, seguramente la investigación más amplia sobre la música popular chilena reciente. La próxima semana llega a librerías. García sigue la huella de la protesta: desde Rolando Alarcón y Violeta Parra, en los 60, hasta el Canto Nuevo y Los Prisioneros, en los 80, pasando por Patricio Manns, Los Blops, Los Jaivas, Fernando Ubiergo, Fiskales Ad Hoc, etc., García reconstruye el agitado pulso musical político de Chile entre los 60 y 80.
Retrato de las emociones que movieron a buena parte del país, Canción valiente también surge desde la admiración: “Es impresionante tener al mismo tiempo a Violeta Parra, Patricio Manns, Víctor Jara y a Jorge González. Tanto como país de poetas, quizás también somos uno de cantores de protesta”, dice García.
El mismo enojo
Fruto de cinco años de investigación, el libro sigue una línea cronológica. Tras rastrear los orígenes de la canción de protesta en las mineras del norte en la década de 1920, echa a andar su relato en la revolución folclórica que impulsó Violeta Parra, quien asumió como un deber “cantar en representación de otros más débiles o abusados que ella”. Antes de su muerte, en 1967, ya había bendecido a la Nueva Canción Chilena.
“La historia de la música chilena está llena de prejuicios y mentalidades estrechas”, dice el baterista de Los Prisioneros, Miguel Tapia. Y aunque habla de los 80, define la experiencia de todos los músicos retratados en Canción valiente. García cuenta que la Nueva Canción Chilena surgió a contrapelo del folclore tradicional y del imperio de la Nueva Ola. “No fue tan vendedor ni hegemónico como uno pensaría hoy”, dice García.
Hoy indiscutidos, en el Festival de Viña de 1973 a Quilapayún el público casi lo sacó del escenario a pifias y proyectiles. A la vez, la izquierda tenía sus propios prejuicios: sospechaban del rock de inspiración folclórica, de grupos como Los Blops y Los Jaivas. “Acá los dejo con uno de estos grupos extranjerizantes, que sólo vienen a distraernos de nuestra causa”, dijo Pablo Neruda al presentar a Los Blops, en 1968, en un acto del PC, según narra Canción valiente.
Tras la cancelación cultural y social que supuso el golpe de 1973, a fines de la década la canción de protesta volvió al alero del sello Alerce y la influencia de Silvio Rodríguez, en el Canto Nuevo. Integrado por Schwenke y Nilo y Santiago del Nuevo Extremo, entre otros, disputó su lugar frente a la dictadura ante un nuevo pop y cantautores tan populares como Fernando Ubiergo.
Según García, fue un movimiento “anclado a la tristeza”, pero con una identidad digna de ser revisada: “Me sorprende que no sea parte del revivalismo de los 80”, dice. La investigación, sin embargo, registra la simbólica derrota que sufrieron cuando el gobierno militar cayó: en la celebración del arribo de Patricio Aylwin a La Moneda, los músicos no fueron ellos, sino Ana Belén, Víctor Manuel y Piero.
Cuando aparece Aylwin, Canción valiente ha recorrido un largo camino, deteniéndose también en los primeros rockeros de los 60, la canción del exilio, el pop y el punk ochentero, etc. Todo cruzado por la protesta. El último nombre significativo de esta historia es Jorge González. Al frente de Los Prisioneros, anota García, “encauzó la queja de una generación pisoteada por los militares”.
“Hay un mismo hilo entre Rolando Alarcón y Jorge González. Quizás ellos no están conscientes, pero los enojan las mismas cosas”, dice Marisol García. “Son los mismos abusos que hacen que los cantores de protesta armen su repertorio: desigualdades de clase y abusos de los poderosos. Lo cruzan todo, hasta el punk y el hip hop”, concluye.
Al calor del hervidero político que era Chile en 1969, al compositor Sergio Ortega le pareció pertinente incluir en el himno de la candidatura presidencial de Salvador Allende la frase “¡aplastemos al perro burgués!”. Para Inti Illimani, que grabaría la canción, era demasiado: podía jugar en contra del candidato. Víctor Jara también se dio cuenta. Hizo un par de llamados y logró sacar la agresiva frase de la letra de Venceremos. Era una intuición política lo que movía al grupo y a Jara, pero algo más: la convicción estética de mantener la dignidad de la canción popular.
Creadora de los panfletos musicales más célebres de la Unidad Popular, la Nueva Canción Chilena fue capaz de conjugar pasión política con integridad artística. “Es lejos el movimiento de música popular más trascendente que ha tenido Chile, no ha habido nada mejor y más brillante que eso”, dice Marisol García.
Periodista musical desde hace 15 años, García habla desde su libro Canción valiente, seguramente la investigación más amplia sobre la música popular chilena reciente. La próxima semana llega a librerías. García sigue la huella de la protesta: desde Rolando Alarcón y Violeta Parra, en los 60, hasta el Canto Nuevo y Los Prisioneros, en los 80, pasando por Patricio Manns, Los Blops, Los Jaivas, Fernando Ubiergo, Fiskales Ad Hoc, etc., García reconstruye el agitado pulso musical político de Chile entre los 60 y 80.
Retrato de las emociones que movieron a buena parte del país, Canción valiente también surge desde la admiración: “Es impresionante tener al mismo tiempo a Violeta Parra, Patricio Manns, Víctor Jara y a Jorge González. Tanto como país de poetas, quizás también somos uno de cantores de protesta”, dice García.
El mismo enojo
Fruto de cinco años de investigación, el libro sigue una línea cronológica. Tras rastrear los orígenes de la canción de protesta en las mineras del norte en la década de 1920, echa a andar su relato en la revolución folclórica que impulsó Violeta Parra, quien asumió como un deber “cantar en representación de otros más débiles o abusados que ella”. Antes de su muerte, en 1967, ya había bendecido a la Nueva Canción Chilena.
“La historia de la música chilena está llena de prejuicios y mentalidades estrechas”, dice el baterista de Los Prisioneros, Miguel Tapia. Y aunque habla de los 80, define la experiencia de todos los músicos retratados en Canción valiente. García cuenta que la Nueva Canción Chilena surgió a contrapelo del folclore tradicional y del imperio de la Nueva Ola. “No fue tan vendedor ni hegemónico como uno pensaría hoy”, dice García.
Hoy indiscutidos, en el Festival de Viña de 1973 a Quilapayún el público casi lo sacó del escenario a pifias y proyectiles. A la vez, la izquierda tenía sus propios prejuicios: sospechaban del rock de inspiración folclórica, de grupos como Los Blops y Los Jaivas. “Acá los dejo con uno de estos grupos extranjerizantes, que sólo vienen a distraernos de nuestra causa”, dijo Pablo Neruda al presentar a Los Blops, en 1968, en un acto del PC, según narra Canción valiente.
Tras la cancelación cultural y social que supuso el golpe de 1973, a fines de la década la canción de protesta volvió al alero del sello Alerce y la influencia de Silvio Rodríguez, en el Canto Nuevo. Integrado por Schwenke y Nilo y Santiago del Nuevo Extremo, entre otros, disputó su lugar frente a la dictadura ante un nuevo pop y cantautores tan populares como Fernando Ubiergo.
Según García, fue un movimiento “anclado a la tristeza”, pero con una identidad digna de ser revisada: “Me sorprende que no sea parte del revivalismo de los 80”, dice. La investigación, sin embargo, registra la simbólica derrota que sufrieron cuando el gobierno militar cayó: en la celebración del arribo de Patricio Aylwin a La Moneda, los músicos no fueron ellos, sino Ana Belén, Víctor Manuel y Piero.
Cuando aparece Aylwin, Canción valiente ha recorrido un largo camino, deteniéndose también en los primeros rockeros de los 60, la canción del exilio, el pop y el punk ochentero, etc. Todo cruzado por la protesta. El último nombre significativo de esta historia es Jorge González. Al frente de Los Prisioneros, anota García, “encauzó la queja de una generación pisoteada por los militares”.
“Hay un mismo hilo entre Rolando Alarcón y Jorge González. Quizás ellos no están conscientes, pero los enojan las mismas cosas”, dice Marisol García. “Son los mismos abusos que hacen que los cantores de protesta armen su repertorio: desigualdades de clase y abusos de los poderosos. Lo cruzan todo, hasta el punk y el hip hop”, concluye.