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Uno de los mayores retos con el que se enfrenta cualquier escritor, novel o no, es conseguir que sus narraciones resulten creíbles. Incluso historias basadas en hechos reales con personajes reconocibles, como por ejemplo la miniserie Felipe y Letizia puede resultar más falsa a ojos y oídos del lector o el espectador que otras que se desarrollan en términos irreales como la saga de la Guerra de las Galaxias. Y lo mismo se aplica para cuentos, novelas, obras de teatro, etc.
La razón de que esto sea así es que, en este caso, a la historia más realista le falta la verosimilitud que sí tiene la segunda.
Empecemos por definir ambos conceptos:
El realismo busca presentar la realidad tal y como es, de manera objetiva e imitando lo más posible lo que ocurre en la vida.
Una historia realista no tiene por qué tener lugar en nuestros días y nuestro entorno, puede retratar la vida en un lugar remoto o en tiempos pasados, pero busca ajustarse lo más posible a los usos y costumbres de esas sociedad.
Por su parte la verosimilitud es la apariencia de verdadero.
Por tanto una historia verosímil es aquella que además parece ser verdad, y es congruente con el resto de la obra y con las normas que establece el autor al principio de la obra o el género al que pertenece.
Volviendo al ejemplo de la miniserie de Felipe y Letizia: Puede que doña Sofía se comportara realmente como una Ángela Channing de saldo en lo que respecta a su futura nuera, y le lanzara constantemente miradas de mala malísima y puyas con acento francés, pero eso no se corresponde con la imagen mental que tenemos de la reina como una mujer demasiado lista y con capacidad de autocontrol para mostrar sus intenciones antes de tiempo.
Así mismo resulta inverosímil la escena en que los príncipes bailan “seductoramente” en el centro de una discoteca llena de periodistas sin que ninguno lo cuente al día siguiente en el medio en el que trabaja.