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En un acto público reciente, el presidente Santos le refería a un grupo de mujeres los términos de una conversación que tuvo con el presidente del banco más grande del mundo acerca de un estudio realizado por dicha entidad y en el cual se afirma que, durante los próximos 30 años, Colombia seguirá una senda de desarrollo que le permitirá ubicarse por encima de países que, en la actualidad, se caracterizan por su alto nivel de ingreso per cápita, como Noruega y Suiza.
La razón que tiene el banco para tan sorprendente y esperanzador resultado es que el país dispone de una rica base de recursos naturales renovables y no renovables: energía de todo tipo, como el petróleo, el carbón, los biocombustibles y el agua; suelos para la producción agropecuaria y la biodiversidad. Estos son recursos estratégicos y vitales para el desarrollo de los países y la supervivencia de la humanidad.
Además de ello, y por sobre todo, el presidente del banco le indicó al Primer Mandatario que lo mejor que Colombia tiene es su gente, "una gente joven que está irrumpiendo".
Esta apreciación, que está sustentada en un estudio de la más grande entidad financiera del planeta, debería hacernos reflexionar sobre el tipo de desarrollo que el país debe seguir durante las próximas décadas. Ello, a su vez, implica que no sólo debemos ser conscientes de la importancia y el valor que tienen nuestros recursos naturales, sino entender el privilegio que representa disponer de los mismos en un momento tan importante para la vida del planeta.
Hasta hoy, el país no ha cuidado su base de recursos naturales; por el contrario, hemos hecho un mal manejo de los mismos, hemos destruido parte de esa riqueza natural y, para hacer peor las cosas, no somos conscientes, ni individual ni colectivamente del valor y de la trascendencia que los mismos tienen para nuestra sociedad. Hemos seguido el patrón tradicional de desarrollo en el que los recursos naturales no se aprovechan de manera sostenible. El fin es explotarlos sin consideración alguna sobre la necesidad de conservación y cuidado para que sirvan, a través del tiempo y de generaciones, de base cierta y permanente de desarrollo.
Lo que el presidente del banco nos quiere hacer ver a los colombianos es que somos un país enormemente privilegiado porque disponemos de dos riquezas esenciales para el desarrollo futuro de la humanidad, el capital humano y los recursos naturales. El primero está representado por la calidad y las características de las personas, los grupos sociales y nuestras culturas. El segundo se expresa en la base natural. Ambas constituyen la esencia de lo que los economistas llaman las ventajas comparativas.
Frente a tan enormes posibilidades de desarrollo, el país, liderado por el Gobierno Nacional, debería sentarse a reflexionar sobre las oportunidades y los retos que significa hacer realidad dichas ventajas, y planear la forma de aprovecharlas, los recursos que se requieren para ello, las instituciones que debemos desarrollar para su aprovechamiento sostenible y sostenido en un marco de equidad, la senda de desarrollo que ello implica, las capacidades que debemos generar, etc.
Esas reflexiones y estudios deberían recaer sobre el Departamento Nacional de Planeación, DNP, y contar con el concurso de expertos nacionales e internacionales, además de las visiones y las concepciones de los diversos estamentos de la sociedad colombiana. Esto le daría, de nuevo, sentido y razón de ser al DNP, pues estaría obligado a brindarle al país una propuesta de hoja de ruta para seguir hacia el futuro. Infortunadamente, la construcción de ese futuro implica concebir una visión de largo aliento, asunto que poco nos motiva y mueve a los colombianos.
La razón que tiene el banco para tan sorprendente y esperanzador resultado es que el país dispone de una rica base de recursos naturales renovables y no renovables: energía de todo tipo, como el petróleo, el carbón, los biocombustibles y el agua; suelos para la producción agropecuaria y la biodiversidad. Estos son recursos estratégicos y vitales para el desarrollo de los países y la supervivencia de la humanidad.
Además de ello, y por sobre todo, el presidente del banco le indicó al Primer Mandatario que lo mejor que Colombia tiene es su gente, "una gente joven que está irrumpiendo".
Esta apreciación, que está sustentada en un estudio de la más grande entidad financiera del planeta, debería hacernos reflexionar sobre el tipo de desarrollo que el país debe seguir durante las próximas décadas. Ello, a su vez, implica que no sólo debemos ser conscientes de la importancia y el valor que tienen nuestros recursos naturales, sino entender el privilegio que representa disponer de los mismos en un momento tan importante para la vida del planeta.
Hasta hoy, el país no ha cuidado su base de recursos naturales; por el contrario, hemos hecho un mal manejo de los mismos, hemos destruido parte de esa riqueza natural y, para hacer peor las cosas, no somos conscientes, ni individual ni colectivamente del valor y de la trascendencia que los mismos tienen para nuestra sociedad. Hemos seguido el patrón tradicional de desarrollo en el que los recursos naturales no se aprovechan de manera sostenible. El fin es explotarlos sin consideración alguna sobre la necesidad de conservación y cuidado para que sirvan, a través del tiempo y de generaciones, de base cierta y permanente de desarrollo.
Lo que el presidente del banco nos quiere hacer ver a los colombianos es que somos un país enormemente privilegiado porque disponemos de dos riquezas esenciales para el desarrollo futuro de la humanidad, el capital humano y los recursos naturales. El primero está representado por la calidad y las características de las personas, los grupos sociales y nuestras culturas. El segundo se expresa en la base natural. Ambas constituyen la esencia de lo que los economistas llaman las ventajas comparativas.
Frente a tan enormes posibilidades de desarrollo, el país, liderado por el Gobierno Nacional, debería sentarse a reflexionar sobre las oportunidades y los retos que significa hacer realidad dichas ventajas, y planear la forma de aprovecharlas, los recursos que se requieren para ello, las instituciones que debemos desarrollar para su aprovechamiento sostenible y sostenido en un marco de equidad, la senda de desarrollo que ello implica, las capacidades que debemos generar, etc.
Esas reflexiones y estudios deberían recaer sobre el Departamento Nacional de Planeación, DNP, y contar con el concurso de expertos nacionales e internacionales, además de las visiones y las concepciones de los diversos estamentos de la sociedad colombiana. Esto le daría, de nuevo, sentido y razón de ser al DNP, pues estaría obligado a brindarle al país una propuesta de hoja de ruta para seguir hacia el futuro. Infortunadamente, la construcción de ese futuro implica concebir una visión de largo aliento, asunto que poco nos motiva y mueve a los colombianos.
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