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La ciencia, como toda herramienta, puede usarse para causar daño. A veces el daño es voluntario. El diseño de armas —de pólvora, nucleares, químicas, biológicas…— es un caso evidente. Los científicos e ingenieros que las diseñan saben que causarán muertes. En algunas ocasiones su trabajo se justifica; por ejemplo, si hay una guerra. La bomba atómica, con sus terribles consecuencias, fue vista por sus creadores como una forma de detener el avance del nazi-fascismo.
Pero la ética también evoluciona: después de un tiempo quedó claro que el uso de armas atómicas es siempre inaceptable.
En otros casos, el daño producido (directa o indirectamente) por la ciencia se da en forma involuntaria, quizá con las mejores intenciones, o como simple consecuencia de llevar el razonamiento científico hasta sus últimos límites.
La teoría darwiniana de la evolución, por ejemplo, nos dice que la selección natural —la supervivencia preferente de los individuos mejor adaptados en una población, y la disminución de los menos aptos— puede cambiar la composición de dicha población, que así evoluciona y se adapta cada vez mejor a su medio.
Pero el mismo mecanismo puede aplicarse de forma consciente: es la llamada selección artificial, que ha servido para producir razas mejoradas de animales domésticos y plantas de uso agrícola. Con la misma lógica, si evitamos que las personas portadoras de enfermedades genéticas se reproduzcan, éstas podrían desaparecer de la población en unas cuantas generaciones.
Esa fue la idea central de la ciencia del mejoramiento racial llamada eugenesia, creada por Francis Galton (primo de Darwin) en 1869. La eugenesia se popularizó en todo el mundo a principios del siglo XX: en los Estados Unidos se aplicó para discriminar a migrantes provenientes de países considerados “inferiores” como Italia o Grecia, y para esterilizar a epilépticos y enfermos mentales. En México llegó a existir una Sociedad Mexicana de Eugenesia para el Mejoramiento de la Raza.
Cuando las ideas eugenésicas fueron llevadas al extremo por los nazis para justificar la matanza de judíos, homosexuales, negros y otros grupos “racialmente inferiores”, se hizo evidente que lo que al principio parecía una buena idea con sustento biológico había degenerado en una seudociencia dañina.
Hoy, aunque se siga combatiendo a las enfermedades hereditarias, conceptos como “raza” y “mejoramiento” son socialmente inaceptables. No porque sean estrictamente “falsos”, sino porque dan pie a situaciones que rechazamos, por buenas razones.
Las herramientas poderosas deben usarse con prudencia y sabiduría. El que la ciencia diga que algo es posible no quiere decir que, como sociedad, queramos llevarlo a la práctica.