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El currículo escolar y el funcionamiento de las instituciones educativas son el
reflejo de la ideología -tanto explícita como oculta- que predomina en una sociedad. Si
practicamos el sano ejercicio de sorprendernos de lo que es habitual, tendremos
excelentes ocasiones de ejercer el uso de la sorpresa cuando contemplemos el
universo de la educación con una mirada «deseducada», es decir, capaz de asombrarse
frente a lo común del cotidiano educativo, frente a aquello que tantas veces hemos
considerado «lo normal» lo que, por evidente, no hace falta cuestionarse. Las
evidencias, sin embargo, no han sido siempre las mismas a lo largo de la historia, ni en
todos los lugares del mundo, sino que han ido cambiando al ritmo de los avances
científicos sociales y culturales.
Estas evidencias, a veces, crean prejuicios. Uno de ellos consiste en considerar
la cognición y la emoción como dos cuestiones claramente separadas una de otra o
incluso opuestas. Tanto que, en ocasiones, una de ellas -la emoción- puede interferir el
«buen funcionamiento» de la otra, desorganizándola y distorsionándola hasta el punto
de que ha sido considerada muy negativamente por filósofos como Séneca que la
responsabilizaba de esclavizar la razón
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