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“La nuestra es una vía negativa, no una colección de técnicas, sino la de la destrucción de obstáculos”
Jerzy Grotowski Hacia un teatro pobre
El actor no es un comunicador al uso, si bien parte de su tarea es comunicación en estado puro, hay algo también en ella que trasciende el simple y efectivo envío de información. Por ello en muchas obras de historia, metodología o antropología teatral por ejemplo, se habla del aspecto sagrado del teatro. Sin entrar en profundidad en este aspecto tan fascinante, el aspecto sagrado del teatro se refiere a grosso modo a la comunión (vs. comunicación) que este arte escénico es capaz de construir entre el actor y el público.
El actor es un ser humano como cualquier otro, llamado a compartir las vidas de personajes ficticios mediante la personificación, es decir, tomar las palabras y acciones que el dramaturgo imaginó y construir con ello una nueva y única vida. Durante siglos han surgido distintas propuestas y perspectivas sobre lo que el trabajo del actor debe de ser para cumplir con este fin.
El teatro como oportunidad se plantea desde la premisa de que la persona convertida en actor para la ocasión -tenga o no tenga experiencia, sea profesional, amateur, un buscador o un curioso- posee ya todo lo necesario para construir un personaje de forma creíble y auténtica y, si algo le impide que así sea, no es su falta de técnica o fórmulas preestablecidas que casi siempre acaban acercando más al resultado al cliché que a la verdad.
Nuestro planteamiento es justo el contrario, el negativo como lo llama Grotowski, es desprender, derribar, dejar caer. Nuestros talleres no se orientan a enseñar a los participantes alguna cosa sino a eliminar las resistencias que nuestros organismos (entendidos siempre como un todo) oponen a los procesos internos. Al ir eliminando estas resistencias, logramos la aceptación de nuestra intimidad y desarrollamos la capacidad de mostrarla y compartirla, lo que provoca una conmoción en el espectador, por que en la desnudez del actor, en su exposición honesta, puede ver su proyectada su propia máscara, es capaz de elaborar una nueva percepción de su propia verdad.
La interpretación teatral no se enseña
Así pues no orientamos el trabajo como la transmisión de conocimiento al actor, todo lo contrario, el conocimiento se encuentra en él, en su propia condición humana, y son todas las construcciones que hacemos sobre nosotros mismos que nos ponen difícil situarnos en el estado de vulnerabilidad necesario para transmitir lo auténtico de la condición humana y generar comunión con otros seres humanos.
La vulnerabilidad está considerada, por desgracia, una debilidad, pero no lo es en absoluto: se trata más bien de ponerse en situación de accesibilidad con los demás y con nosotros mismos, desde una posición de autoconocimiento y madurez. Cuando bajamos la guardia que permanente tenemos alzada, el resultado no es una sucesión de ataques por parte de quienes nos rodean, al contrario, encontramos más empatía, comprensión y autenticidad.
El actor que se entrega y consigue crear magia en el escenario, es aquel que ha derribado los obstáculos para revelarse a sí mismo, lo que le permite revelar cualquier personaje, ya que expone la parte más íntima y universal de su persona –la que ha trabajado para apartar o derrotar sus propios bloqueos- y la comparte, y el público recibe esta capacidad de mirar hacia dentro, consiguiendo una aceptación del ser humano: del que se encuentra en el escenario, del que se sienta en platea o del que el dramaturgo imaginó y plasmó en el texto.
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