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Mateo 7:1-2 Nadie dejaba de pensar con temor en la tramontana, un viento de tierra inclemente y tenaz, que según piensan los nativos y algunos escritores escarmentados, lleva consigo los gérmenes de la locura”, dice el cuento de Gabriel García Márquez Tramontana que (ojo, spoiler) acaba trágicamente. En general, la literatura sobre este viento es hiperbólica. Tanto por parte de quienes lo ensalzan y lo ven un tónico como por parte de quienes lo consideran dañino.
Sentimientos que algunos albergan contradictoriamente. Por ejemplo Josep Pla. A propósito de la metáfora sardanista de Joan Maragall, para quien el Empordà era el “palau del vent”, Pla era capaz en la misma medida de considerarla una intuición genial como, en otro texto, “una sinistra collonada”. Si en un escrito desautorizaba cualquier interpretación del temperamento ampurdanés que se sustentara en este viento, en otro admitía que la tramontana “era un mal negocio” porque después de soplar frenéticamente cuatro o cinco días, las personas que viven en este país se vuelven medio locas.
El periodista Xavier Febrés ha rastreado desde las citas literarias, como esta, dedicadas a la tramontana a los estudios médicos sobre la misma. Lo publica en un libro (Elogi i refutació de la tramuntana, Diputació de Girona) junto a su personal poética sobre este viento. “Más que un viento”, comenta, “es una luz, limpia la mirada, alivia la respiración”. “Por poco que conozcas donde refugiarte, es el clima más benigno, el día que el sol más calienta”. De hecho, no es el viento más veloz ni el que históricamente ha causado más estragos. Este viento del Norte, encaminado y acelerado por pasillos montañosos, recibe este nombre en el Rosselló, Empordà y Menorca, un nombre que viene del latín transmontanus (más allá de las montañas). Sopla con frecuencia, casi la mitad del año, pero raramente supera los cien kilómetros por hora. “Muchas veces, lo que tenemos en el Empordà es la tramuntaneta”.
Uno de los asuntos más frecuentados es el impacto de este viento en la salud y en la mente. En cualquier caso no tiene la literatura verdaderamente violenta del Foenh bávaro, al que se culpa de accidentes de tráfico, migrañas y peleas callejeras, entre otras conductas. Por un lado, siempre se ha pensado en la tramontana como una escoba de la ponzoña ambiental. Desde 1612 hasta mediados del XIX se celebró la procesión de La Tramuntana, en la que desde distintos pueblos del Empordà se iba al santuario de Requesens. Kilómetros de caminata e imploraciones para que el cielo administrara el higiénico viento.
Una cosa es estar "tocat per la tramuntana" y otra muy distinta "tocat de l'ala o del bolet"
Por otro, es cierto que los meteoropatólogos establecen relaciones entre la manifestación de determinados síntomas o el agravamiento de determinadas dolencias y un frente atmosférico que combine viento, ionización y sequedad. La población meteorosensible, precisamente por serlo, no es ajena a estas circunstancias. Pero de ahí a concluir que la tramontana conduce a la genialidad o la locura es un paso que la ciencia nunca ha dado. Febrés cree que la ciencia médica sobre el viento no ha ido muy lejos porque tampoco podía ir más allá. Y cita, entre otros, un estudio realizado en el hospital de Figueres en 2008 sobre unos 900 casos de ansiedad documentados en el centro. Introdujeron los datos del diagnóstico, su fecha y la información sobre el estado el tiempo en tal día según el Servicio Meteorológico. No se encontró ninguna relación entre el diagnóstico y la situación atmosférica.
Otro periodista que se acercó al tema fue Joan Guillamet (1922-2014) en un libro de 1980 que tuvo una nueva edición en 1992 (Vent de tramuntana, gent de tramuntana). En él ya consulta a eminencias médicas ampurdanesas para plantearse, prudentemente, si no se ha exagerado la literatura sobre este viento. Admitiendo que la existencia en la atmósfera de moléculas cargadas de electricidad de distinto signo, los iones, puede influir en la sensación de bienestar o angustia e incluso en algún trastorno físico, Guillamet hace una trabajada distinción entre estar “tocat de l’ala o del bolet”, la demencia, y “estar tocat per la tramuntana”, un afinamiento de la lucidez y el ingenio que, de darse, no tiene nada que ver con la locura.
Pero una cosa es la prudencia científica y otra, muy distinta, que tal cosa deba importar a Dalí para levantar hipótesis místicas o a Sopa de Cabra para construir su himno al Empordà.
Sentimientos que algunos albergan contradictoriamente. Por ejemplo Josep Pla. A propósito de la metáfora sardanista de Joan Maragall, para quien el Empordà era el “palau del vent”, Pla era capaz en la misma medida de considerarla una intuición genial como, en otro texto, “una sinistra collonada”. Si en un escrito desautorizaba cualquier interpretación del temperamento ampurdanés que se sustentara en este viento, en otro admitía que la tramontana “era un mal negocio” porque después de soplar frenéticamente cuatro o cinco días, las personas que viven en este país se vuelven medio locas.
El periodista Xavier Febrés ha rastreado desde las citas literarias, como esta, dedicadas a la tramontana a los estudios médicos sobre la misma. Lo publica en un libro (Elogi i refutació de la tramuntana, Diputació de Girona) junto a su personal poética sobre este viento. “Más que un viento”, comenta, “es una luz, limpia la mirada, alivia la respiración”. “Por poco que conozcas donde refugiarte, es el clima más benigno, el día que el sol más calienta”. De hecho, no es el viento más veloz ni el que históricamente ha causado más estragos. Este viento del Norte, encaminado y acelerado por pasillos montañosos, recibe este nombre en el Rosselló, Empordà y Menorca, un nombre que viene del latín transmontanus (más allá de las montañas). Sopla con frecuencia, casi la mitad del año, pero raramente supera los cien kilómetros por hora. “Muchas veces, lo que tenemos en el Empordà es la tramuntaneta”.
Uno de los asuntos más frecuentados es el impacto de este viento en la salud y en la mente. En cualquier caso no tiene la literatura verdaderamente violenta del Foenh bávaro, al que se culpa de accidentes de tráfico, migrañas y peleas callejeras, entre otras conductas. Por un lado, siempre se ha pensado en la tramontana como una escoba de la ponzoña ambiental. Desde 1612 hasta mediados del XIX se celebró la procesión de La Tramuntana, en la que desde distintos pueblos del Empordà se iba al santuario de Requesens. Kilómetros de caminata e imploraciones para que el cielo administrara el higiénico viento.
Una cosa es estar "tocat per la tramuntana" y otra muy distinta "tocat de l'ala o del bolet"
Por otro, es cierto que los meteoropatólogos establecen relaciones entre la manifestación de determinados síntomas o el agravamiento de determinadas dolencias y un frente atmosférico que combine viento, ionización y sequedad. La población meteorosensible, precisamente por serlo, no es ajena a estas circunstancias. Pero de ahí a concluir que la tramontana conduce a la genialidad o la locura es un paso que la ciencia nunca ha dado. Febrés cree que la ciencia médica sobre el viento no ha ido muy lejos porque tampoco podía ir más allá. Y cita, entre otros, un estudio realizado en el hospital de Figueres en 2008 sobre unos 900 casos de ansiedad documentados en el centro. Introdujeron los datos del diagnóstico, su fecha y la información sobre el estado el tiempo en tal día según el Servicio Meteorológico. No se encontró ninguna relación entre el diagnóstico y la situación atmosférica.
Otro periodista que se acercó al tema fue Joan Guillamet (1922-2014) en un libro de 1980 que tuvo una nueva edición en 1992 (Vent de tramuntana, gent de tramuntana). En él ya consulta a eminencias médicas ampurdanesas para plantearse, prudentemente, si no se ha exagerado la literatura sobre este viento. Admitiendo que la existencia en la atmósfera de moléculas cargadas de electricidad de distinto signo, los iones, puede influir en la sensación de bienestar o angustia e incluso en algún trastorno físico, Guillamet hace una trabajada distinción entre estar “tocat de l’ala o del bolet”, la demencia, y “estar tocat per la tramuntana”, un afinamiento de la lucidez y el ingenio que, de darse, no tiene nada que ver con la locura.
Pero una cosa es la prudencia científica y otra, muy distinta, que tal cosa deba importar a Dalí para levantar hipótesis místicas o a Sopa de Cabra para construir su himno al Empordà.
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