Comentario sobre la democracia mexicana

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Respuesta dada por: MAR503
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En Mayo de 1952, la revista Esprit, dirigida entonces por Albert Beguin, publicó un artículo titulado “Democracia mexicana”. El autor era un tal Jacques Séverin, de quien nadie había oído hablar. La pieza era una devastadora crítica de la sociedad mexicana y el provincialismo de sus intelectuales. Como era de esperarse, hubo gran consternación entre los lectores mexicanos y franceses. Jaime Torres Bodet llamó infructuosamente desde sus oficinas en la UNESCO para preguntar quién era Séverin. El verdadero autor, sin embargo, vivía en México y trabajaba en el Instituto Francés de América Latina. Su nombre, otro pseudónimo, era Jean-François Revel. Años más tarde, Octavio Paz y Revel hablarían del episodio y comenzarían una amistad que duraría varios años.

Jean-Francois Ricard, el verdadero nombre de Revel, nació en Marsella el 19 de enero de 1924. Cuando tenía seis meses, su padre, que poseía un negocio de exportaciones, lo llevo a Mozambique, donde el niño Ricard aprendería a hablar el portugués, su primera lengua. Durante la Segunda Guerra Mundial participó en la resistencia francesa con otro pseudónimo, Ferral. Como otros intelectuales de su país, hizo estudios en la École Normale Supérieure y posteriormente impartió clases en Francia, Argelia, Italia y México.

El tema de Revel fue siempre el significado y la posibilidad de la libertad humana. Contra la noción del intelectual engagé, Revel encontró una formula que también era una definición biográfica: la del bon vivant de las letras libres. Su curiosidad era universal: hablaba con igual gusto sobre la Guerra Fría, la comida mediterránea o las novelas de Proust. Estudioso de las instituciones e ideas políticas, temía que la democracia liberal fuera sólo un breve episodio en la historia humana: le parecía demasiado frágil e insegura como para subsistir. Más tarde, tras la desaparición de la Unión Soviética, recuperó el entusiasmo: el triunfo de la democracia no sólo era posible, sino inevitable. En su concepción, el liberalismo no era otra ideología, como afirmaban sus detractores, sino una tentativa para entender la realidad, un método presidido por el sentido común.

Revel era un esgrimista verbal de alta calidad y un raro prosista de la concisión. No es casual que la revista Time, percatándose de su estilo periodístico, le pidiera escribir sus impresiones sobre Estados Unidos, donde se percató de que algo significativo sucedía ahí. Donde los prejuicios franceses sobre la civilización estadounidense veían una tierra baldía, Revel observó un prodigioso experimento de la libertad. Su conclusión fue provocadora: la siguiente revolución no sucedería en La Habana sino en California. De ese experimento tocquevilliano surgiría Sin Marx y Jesús, que se convirtió en best-seller, no sin que antes algunos de sus editores europeos se disculparan con los lectores por haber publicado un libro que, a su juicio, estaba equivocado.

En 1978 se convirtió en director del semanario L’Express. Fue un fichaje de alta escuela. Ahí conoció de cerca a Raymond Aron. La dupla Aron-Revel realizará la critica mordaz y profunda del totalitarismo. Revel siempre mantuvo los pies sobre la tierra. Veía en la política no sólo un peligro, sino una oportunidad para mejorar la sociedad. Como lo harían después Mario Vargas Llosa y Michael Ignatieff, intentó incursionar en las procelosas aguas de la política profesional, pero perdió las elecciones parlamentarias de 1967: una derrota para la política y un triunfo para el pensamiento. Su esgrima polémico es comparable a Voltaire y Montaigne. Su gusto por el debate lo llevó a discutir con su hijo Mathieu Ricard, un biólogo convertido al budismo, los grandes temas de la condición humana. Al final de su vida, sentenció que los intelectuales franceses que habían tenido dificultades para criticar a Stalin eran los mismos que ahora se negaban a criticar el terrorismo islámico.

Detrás de las cortinas de hierro y bambú, el siglo xx fatigó las utopías que nunca fueron habitadas por hombres saludables y felices. Más allá, en el brumoso y lejano París, un sibarita se atrevió a decir: “Yo no combato el comunismo en nombre del liberalismo, lo combato en nombre de la dignidad humana.” Revel falleció el pasado 29 de abril.

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