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12
DIALOGO
Dime, consejero, ¿qué es lo contrario de la felicidad?
- Tal vez sea el dolor, mi señor.
- ¿Y cuál de los dos dirías que es más fácil de obtener?
- Claramente el dolor, mi señor.
- Entonces, ¿recuerdas en tu vida más momentos de dolor o de felicidad?
- Es difícil pesarlos en una balanza pero me atrevería a decir que he llevado una vida feliz.
- En tu opinión, ¿el resto de mi pueblo puede decir lo mismo?
- No lo sé con exactitud. Al haber sido escogido como consejero vuestro me considero afortunado.
- Y para que un hombre sea afortunado, cien deben de conocer la desgracia.
- Procuro compartir mi fortuna con aquellos que me rodean.
- Pero al final en el mundo existirá más dolor que felicidad.
- Vuestro gobierno puede cambiarlo pues que traéis la prosperidad a la gente.
- Una gota de agua en la corriente del tiempo. No se puede cambiar la naturaleza del hombre. Pocos son los que abandonan este mundo en paz. Consejero, ¿te aferrarías a la vida en tus últimos momentos o estarías satisfecho con el camino recorrido?
- Mi señor, un campesino, aunque sólo le reste una vida de dolor trata de agarrarse a ella hasta su último aliento.
- Ah, pero ellos no lo comprenden. Son completamente distintos a ti consejero.
- Yo lucharía con todas mis fuerzas. Es inevitable.
- La muerte es inevitable por muchos años que carguen tus espaldas.
- Tal vez el futuro que nos aguarda sea más valioso que la vida que dejamos.
- Ese no es el caso de los campesinos. Ellos luchan por miedo.
- También tiene esperanzas, mi señor, aunque sean pequeñas y débiles.
- Miedo al dolor. Esperanza de felicidad. Siguen siendo antagónicos. Y sigue ganando el miedo.
- Sois muy astuto, mi señor, pero tras esta conversación no lo hará cuando me llegue el momento.
- La cuestión, consejero, es encontrar otro camino. Escapar de la trampa de dolor o felicidad.
- Sois muy sabio, mi señor.
- Y a pesar de ello no consigo que lo veas.
- Vuestros ojos ven más lejos que los míos.
- No siempre. De todas formas las letras siguen siendo las mismas para ambos. Quiero que leas este libro que he escrito.
- ¿De qué trata, mi señor?
- Es un camino.
- Lo leeré con gran deleite, mi señor.
Dime, consejero, ¿qué es lo contrario de la felicidad?
- Tal vez sea el dolor, mi señor.
- ¿Y cuál de los dos dirías que es más fácil de obtener?
- Claramente el dolor, mi señor.
- Entonces, ¿recuerdas en tu vida más momentos de dolor o de felicidad?
- Es difícil pesarlos en una balanza pero me atrevería a decir que he llevado una vida feliz.
- En tu opinión, ¿el resto de mi pueblo puede decir lo mismo?
- No lo sé con exactitud. Al haber sido escogido como consejero vuestro me considero afortunado.
- Y para que un hombre sea afortunado, cien deben de conocer la desgracia.
- Procuro compartir mi fortuna con aquellos que me rodean.
- Pero al final en el mundo existirá más dolor que felicidad.
- Vuestro gobierno puede cambiarlo pues que traéis la prosperidad a la gente.
- Una gota de agua en la corriente del tiempo. No se puede cambiar la naturaleza del hombre. Pocos son los que abandonan este mundo en paz. Consejero, ¿te aferrarías a la vida en tus últimos momentos o estarías satisfecho con el camino recorrido?
- Mi señor, un campesino, aunque sólo le reste una vida de dolor trata de agarrarse a ella hasta su último aliento.
- Ah, pero ellos no lo comprenden. Son completamente distintos a ti consejero.
- Yo lucharía con todas mis fuerzas. Es inevitable.
- La muerte es inevitable por muchos años que carguen tus espaldas.
- Tal vez el futuro que nos aguarda sea más valioso que la vida que dejamos.
- Ese no es el caso de los campesinos. Ellos luchan por miedo.
- También tiene esperanzas, mi señor, aunque sean pequeñas y débiles.
- Miedo al dolor. Esperanza de felicidad. Siguen siendo antagónicos. Y sigue ganando el miedo.
- Sois muy astuto, mi señor, pero tras esta conversación no lo hará cuando me llegue el momento.
- La cuestión, consejero, es encontrar otro camino. Escapar de la trampa de dolor o felicidad.
- Sois muy sabio, mi señor.
- Y a pesar de ello no consigo que lo veas.
- Vuestros ojos ven más lejos que los míos.
- No siempre. De todas formas las letras siguen siendo las mismas para ambos. Quiero que leas este libro que he escrito.
- ¿De qué trata, mi señor?
- Es un camino.
- Lo leeré con gran deleite, mi señor.
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