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El Surgimiento del Cristianismo
Para el año 30 los romanos adoraban varios dioses que provenían de la religión de los griegos. La tradición permitía que la gente siguiera a cualquier dios según su propia voluntad. Como resultado de esta libertad religiosa, múltiples sectas y creencias habían florecido por todo el Imperio Romano.
Fue en este ambiente que surgió un nuevo comportamiento religioso. Al principio los romanos pensaron que solamente se trataba de una secta judía más, pues había varias de ellas en su territorio. Este grupo de judíos seguía las enseñanzas de un líder llamado Jesús. De a poco este movimiento fue ganando adeptos que no eran judíos, y así fue quedando claro que se trataba de una nueva religión. Este nuevo culto sería conocido como Cristianismo.
Jesús era considerado el hijo del Dios único al que veneraban los judíos. El judaísmo esperaba la llegada del Mesías, un hombre que estaría lleno del espíritu de Dios, y fue Jesús quien ocupó este lugar para los que optaron por el cristianismo.
En el Imperio Romano los primeros cristianos fueron fuertemente perseguidos a causa de su fe. Los castigos eran variados y en algunos casos llegaban a la muerte. Sin embargo el cristianismo continuó propagándose durante unos 300 años.
La persecución terminó en el siglo IV, cuando la religión fue legalizada por Constantino I, quien se había vuelto cristiano antes de asumir como emperador. Como gobernante, Constantino ofreció protección a los cristianos y permitió que construyeran iglesias por todo el Imperio. Posteriormente, en el año 380, el emperador romano Teodosio declaró que el Cristianismo Católico era la religión oficial del Imperio Romano y proscribió todas las otras prácticas religiosas.
Libres para ejercer su culto, los cristianos comenzaron a organizar su iglesia en parroquias que eran supervisadas por curas. Estas parroquias se agrupaban en diócesis, que eran conducidas por los obispos. Luego de la caída del Imperio Romano de Occidente, el obispo de Roma comenzó a reclamar autoridad sobre los demás y se dio a sí mismo el título de Papa.
Aunque las parroquias de la Europa occidental terminaron aceptando la autoridad del Papa, las iglesias orientales, dentro del Imperio Bizantino, no lo hicieron así. En consecuencia surgieron dos grandes iglesias cristianas que aún subsisten hasta el día de hoy: la Iglesia Católica Romana y la Iglesia Católica Ortodoxa.
Para el año 30 los romanos adoraban varios dioses que provenían de la religión de los griegos. La tradición permitía que la gente siguiera a cualquier dios según su propia voluntad. Como resultado de esta libertad religiosa, múltiples sectas y creencias habían florecido por todo el Imperio Romano.
Fue en este ambiente que surgió un nuevo comportamiento religioso. Al principio los romanos pensaron que solamente se trataba de una secta judía más, pues había varias de ellas en su territorio. Este grupo de judíos seguía las enseñanzas de un líder llamado Jesús. De a poco este movimiento fue ganando adeptos que no eran judíos, y así fue quedando claro que se trataba de una nueva religión. Este nuevo culto sería conocido como Cristianismo.
Jesús era considerado el hijo del Dios único al que veneraban los judíos. El judaísmo esperaba la llegada del Mesías, un hombre que estaría lleno del espíritu de Dios, y fue Jesús quien ocupó este lugar para los que optaron por el cristianismo.
En el Imperio Romano los primeros cristianos fueron fuertemente perseguidos a causa de su fe. Los castigos eran variados y en algunos casos llegaban a la muerte. Sin embargo el cristianismo continuó propagándose durante unos 300 años.
La persecución terminó en el siglo IV, cuando la religión fue legalizada por Constantino I, quien se había vuelto cristiano antes de asumir como emperador. Como gobernante, Constantino ofreció protección a los cristianos y permitió que construyeran iglesias por todo el Imperio. Posteriormente, en el año 380, el emperador romano Teodosio declaró que el Cristianismo Católico era la religión oficial del Imperio Romano y proscribió todas las otras prácticas religiosas.
Libres para ejercer su culto, los cristianos comenzaron a organizar su iglesia en parroquias que eran supervisadas por curas. Estas parroquias se agrupaban en diócesis, que eran conducidas por los obispos. Luego de la caída del Imperio Romano de Occidente, el obispo de Roma comenzó a reclamar autoridad sobre los demás y se dio a sí mismo el título de Papa.
Aunque las parroquias de la Europa occidental terminaron aceptando la autoridad del Papa, las iglesias orientales, dentro del Imperio Bizantino, no lo hicieron así. En consecuencia surgieron dos grandes iglesias cristianas que aún subsisten hasta el día de hoy: la Iglesia Católica Romana y la Iglesia Católica Ortodoxa.
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