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No es fácil distinguir costumbres y tradiciones que se asientan desde hace siglos en pueblos y ciudades, pero más complejo es aún decidir cuál debe ser el papel de la administración local en su participación económica y en el aporte de personas e infraestructuras. Las costumbres cambian, se adaptan a las nuevas situaciones, pero no deben ser olvidadas. Con ellas viaja en el tiempo parte de nosotros mismos, de nuestra memoria. No es menos cierto que las costumbres y las tradiciones deben ser analizadas para descartar las que tienen como fundamento los intereses y beneficios personales. A la hora de la recuperación, deberá constatarse la posible existencia de reglamentos de organización y funcionamiento al unísono, referencias a la vida en el campo. Resulta cada vez más complicado profundizar en el conocimiento del modelo de vida que regulaba la convivencia de los vecinos asentados en la periferia de Montilla y en la de otras localidades de la Campiña Sur cordobesa. Los vecinos que vivían en el campo todo el año en pequeños enclaves de población o diseminados por el entorno solían tener entre sí una relación estrecha aunque manteniendo la intimidad a salvo. Era muy escasa la vida social. Cada uno atendía sus necesidades y se trasladaba a Montilla en fechas muy señaladas, para asistir a algún acto cultural o religioso. En Navidad, permanecían en el campo reunidas las familias en torno al calor de una amplia fogata donde se cantaban villancicos con letras peculiares cuya existencia se ha mantenido gracias a la generosidad de algunos paisanos que dedican parte de su tiempo a esta tarea impagable. En Nochebuena, grupos de mochileros se echaban a la calle para mantener vivas estas tradiciones. La indumentaria, con grandes mochilas colgadas del hombro, servía para guardar el aguinaldo obtenido casa por casa.
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