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Leakey fue uno de los primeros en apoyar al alemán Hans Reck, que había encontrado un fósil en la Garganta de Olduvai, en las llanuras orientales del Serengueti, en Kenia, cuando este afirmó que los restos de ese proto-humano tenían más de 600.000 años, mucho más de lo que se consideraba era la edad de los primeros hombres. Louis estaba completamente convencido de la veracidad de las enseñanzas de Darwin, tema que había discutido en sus clases de Filosofía Natural en Cambridge. También tuvo mucho que ver en el desencuentro con muchos de sus colegas a la hora de definir un humano dependiendo del volumen del cráneo, esto es, del tamaño del cerebro.
La capacidad de un cerebro depende de su número de neuronas, y este del tamaño. Hace 150 millones de años, un braquiosaurio del tamaño de una casa tenía in cerebro no más grande que una manzana, por lo que era un animal bastante tonto. Los
Australopithecus afarensis en cambio, hace unos siete millones de años, con 400 cm³ y todavía algo limitados, ya eran capaces de tomar ciertas decisiones basándose en su experiencia, como el lanzar piedras y palos a un enemigo o posible presa. Un humano actual, Homo sapiens sapiens, tiene una capacidad craneal de entre 1.400 a 1.450 cm³, lo que ya se considera como una inteligencia superior pero, ¿en dónde está el límite de la inteligencia? ¿Qué es lo que nos hace humanos?
Si me preguntáis, creo que los expertos nunca se pondrán de acuerdo, empezando porque discutir es uno de sus pasatiempos favoritos. Pero sí hay una corriente mayoritaria con la que tiendo a alinearme, y es aquella que incluye diversos factores y no sólo un número o el tamaño físico del cerebro en la definición de lo que es ser
humano. El tamaño no lo es todo. Los H. neanderthalis, por ejemplo, tenían un cerebro mayor que el de H. sapiens y, sin embargo, la falta de un lenguaje hablado no le permitió aprovechar esa inteligencia para crear un conjunto de conocimientos y tradiciones que pudiesen ser heredados a la siguiente generación, una cultura propiamente dicha. La condición humana es más bien una combinación de componentes y parámetros claramente medibles y observables, con otros aspectos más abstractos, probablemente hasta espirituales, de origen subjetivo. Ser humano no significa sólo caminar erguido, pensar, hablar y ser capaz de sumar o restar. También hace falta sentir, soñar, decidir, amar, aprender, y estas son acciones muy difíciles de evaluar en términos matemáticos. Para mí, la cuestión es muy sencilla, si se te ocurre siquiera preguntar qué significa ser un humano, eres un humano.
Volvamos a Leakey y sus descendientes. Desde que en 1974 Donald Johansson desenterrase el fósil de Lucy, la más famosa de las Afarensis, los antropólogos no han parado de encontrar cada vez más ejemplares de diversas y nuevas especies. En 1978, Mary Leakey
descubrió las Huellas de Laetoli, hechas por una familia de Australopitecos sobre una base de cenizas no muy lejos de las excavaciones en la Garganta de Olduvai. Las huellas fueron datadas con una edad de 3.6 millones de años. Richard, uno de los hijos de Louis y Mary, descubrió en 1969 el cráneo Paranthropus boisei, otro aspirante a eslabón perdido, y posteriormente dos calaveras de Homo erectus entre 1972 y 1975. En 1984, Kamoya Kimeu, un miembro del equipo de Richard, encontró los restos fosilizados de quien ahora conocemos como el Niño de Turkana, por el lago junto al que fue encontrado,
también al Este de África. Este espécimen es el más completo de los esqueletos humanos de la antigüedad jamás encontrados, ahora clasificado como H. erectus o H. ergaster. También en las orillas del Lago Turkana, Meave Leakey, la nuera de Richard, hizo un descubrimiento que cambiaría para siempre nuestro entendimiento de las especies humanas del pasado, un cráneo y parte de la quijada que pertenecía a una nueva especie, denominada por ella como Kenyanthropus platyops (imagen), “hombre de cara chata de Kenia”.
En la actualidad, Louise Leakey, hija de Richard y nieta de Louis y Mary, trabaja con su madre Meave en diversas excavaciones arqueológicas, siempre en búsqueda de pruebas e información que ayuden a los humanos a conocer y entender su pasado, sus orígenes y los mismos conceptos básicos de la concepción humana. El legado de los Leakey, no obstante, ha llegado más lejos del alcance de la paleo-antropología. Las primatólogas Jane Goodall, Diane Fossey y Birute Galdikas, famosas por sus estudios sobre los gorilas y los chimpancés, deben mucho al apoyo que Louis les dio en sus inicios y el que reciben actualmente a través de la Fundación Leakey. No se me ocurre más que darle las gracias a Louis, Mary y al resto de la familia Leakey.
La capacidad de un cerebro depende de su número de neuronas, y este del tamaño. Hace 150 millones de años, un braquiosaurio del tamaño de una casa tenía in cerebro no más grande que una manzana, por lo que era un animal bastante tonto. Los
Australopithecus afarensis en cambio, hace unos siete millones de años, con 400 cm³ y todavía algo limitados, ya eran capaces de tomar ciertas decisiones basándose en su experiencia, como el lanzar piedras y palos a un enemigo o posible presa. Un humano actual, Homo sapiens sapiens, tiene una capacidad craneal de entre 1.400 a 1.450 cm³, lo que ya se considera como una inteligencia superior pero, ¿en dónde está el límite de la inteligencia? ¿Qué es lo que nos hace humanos?
Si me preguntáis, creo que los expertos nunca se pondrán de acuerdo, empezando porque discutir es uno de sus pasatiempos favoritos. Pero sí hay una corriente mayoritaria con la que tiendo a alinearme, y es aquella que incluye diversos factores y no sólo un número o el tamaño físico del cerebro en la definición de lo que es ser
humano. El tamaño no lo es todo. Los H. neanderthalis, por ejemplo, tenían un cerebro mayor que el de H. sapiens y, sin embargo, la falta de un lenguaje hablado no le permitió aprovechar esa inteligencia para crear un conjunto de conocimientos y tradiciones que pudiesen ser heredados a la siguiente generación, una cultura propiamente dicha. La condición humana es más bien una combinación de componentes y parámetros claramente medibles y observables, con otros aspectos más abstractos, probablemente hasta espirituales, de origen subjetivo. Ser humano no significa sólo caminar erguido, pensar, hablar y ser capaz de sumar o restar. También hace falta sentir, soñar, decidir, amar, aprender, y estas son acciones muy difíciles de evaluar en términos matemáticos. Para mí, la cuestión es muy sencilla, si se te ocurre siquiera preguntar qué significa ser un humano, eres un humano.
Volvamos a Leakey y sus descendientes. Desde que en 1974 Donald Johansson desenterrase el fósil de Lucy, la más famosa de las Afarensis, los antropólogos no han parado de encontrar cada vez más ejemplares de diversas y nuevas especies. En 1978, Mary Leakey
descubrió las Huellas de Laetoli, hechas por una familia de Australopitecos sobre una base de cenizas no muy lejos de las excavaciones en la Garganta de Olduvai. Las huellas fueron datadas con una edad de 3.6 millones de años. Richard, uno de los hijos de Louis y Mary, descubrió en 1969 el cráneo Paranthropus boisei, otro aspirante a eslabón perdido, y posteriormente dos calaveras de Homo erectus entre 1972 y 1975. En 1984, Kamoya Kimeu, un miembro del equipo de Richard, encontró los restos fosilizados de quien ahora conocemos como el Niño de Turkana, por el lago junto al que fue encontrado,
también al Este de África. Este espécimen es el más completo de los esqueletos humanos de la antigüedad jamás encontrados, ahora clasificado como H. erectus o H. ergaster. También en las orillas del Lago Turkana, Meave Leakey, la nuera de Richard, hizo un descubrimiento que cambiaría para siempre nuestro entendimiento de las especies humanas del pasado, un cráneo y parte de la quijada que pertenecía a una nueva especie, denominada por ella como Kenyanthropus platyops (imagen), “hombre de cara chata de Kenia”.
En la actualidad, Louise Leakey, hija de Richard y nieta de Louis y Mary, trabaja con su madre Meave en diversas excavaciones arqueológicas, siempre en búsqueda de pruebas e información que ayuden a los humanos a conocer y entender su pasado, sus orígenes y los mismos conceptos básicos de la concepción humana. El legado de los Leakey, no obstante, ha llegado más lejos del alcance de la paleo-antropología. Las primatólogas Jane Goodall, Diane Fossey y Birute Galdikas, famosas por sus estudios sobre los gorilas y los chimpancés, deben mucho al apoyo que Louis les dio en sus inicios y el que reciben actualmente a través de la Fundación Leakey. No se me ocurre más que darle las gracias a Louis, Mary y al resto de la familia Leakey.
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