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Las celebraciones de la antigüedad estaban dedicadas a elementos del día a día. Hoy disponemos de conocimientos y máquinas que nos hacen la vida mucho más fácil, pero dos mil años atrás nadie sabía de qué dependía una buena cosecha, si habría un temporal que arrasaría una región, cómo proteger a la familia de un desastre o de la guerra…
Por aquel entonces todo dependía de la ‘voluntad de los dioses’. Por ese motivo, era importante dar las gracias, hacer ofrendas y sacrificios, celebrar el final del verano y desear lo mejor para el invierno.
Los primeros pueblos y civilizaciones tenían religiones politeístas. Eso significa que creían en distintas divinidades: el dios del sol, el dios de la agricultura, el dios de la lluvia, el dios de la muerte… Era su manera de explicar aquello que no tenía explicación.
Y creían que, si ofrecían regalos a los dioses, ellos les favorecerían con cosechas abundantes, con un negocio próspero, con una vida larga y tranquila. Por eso se hacían ceremonias y celebraciones en honor de los dioses.
Por ejemplo, las fiestas al final del verano se hacían para dar gracias por los alimentos que la Tierra había producido y para pedir que el invierno no fuera muy duro. Estas celebraciones acabaron dando origen a Halloween.
Las celebraciones para honrar a estos dioses fueron el origen de las fiestas que celebramos hoy en día. La mayoría responden al calendario cristiano, pero eso fue porque la Iglesia Católica adoptó muchas de estas festividades como propias.
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