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El ser humano, a lo largo de su vida, se encuentra constantemente bombardeado por todo tipo de información, tanto buena como mala, desde lo que nos dice la abuelita, el amigo, la tía, la comadre hasta lo que nos llega por radio, televisión y ahora internet. Tenemos tanta información en nuestra cabeza de dudosa procedencia, que para poder discernir cual es real y cual no, con frecuencia y erróneamente apelamos al carácter autoridad, es decir, normalmente nos creemos lo que nos dicen no por el contenido si no por quien nos los dice, solemos creer en el remedio de la abuelita no por que sepamos lo que nos está dando o qué efecto tiene sobre nuestra salud si no porque por su edad y experiencia debería de saber o que esta haciendo, creemos en la cura milagrosa que nos anuncian en televisión no por que sepamos cómo, si no porque lo dice un señor con bata blanca dando la impresión de autoridad médica o científica y pensamos que si gobierno deja pasar dicho comercial por tv es porque deben de ser reales y saber lo que dicen y la verdad es que esto nunca es así, en lugar de realizar un análisis crítico de una situación y tomar una decisión nos vamos por el lado de las opiniones de los que se dicen saber. La cuestión aquí no es el creer o no creer la información por quien lo dice o lo refuta, si no por las evidencias palpables que existan a favor y en contra sobre el tema del que se trate.
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