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La sanción por desafiar al rey era la muerte. El castigo era brutal: al condenado lo ahorcaban y, mientras aún vivía, le cortaban los miembros, lo castraban, lo abrían, le extraían las entrañas (las que eran quemadas ahí mismo) y, finalmente, lo degollaban. En un gesto de clemencia, Enrique VIII accedió a que Moro sólo lo decapitaran. Como escarnio, la cabeza fue expuesta durante un mes. Luego debía ser lanzada al río Támesis, pero Margaret Roper, la hija más querida de Moro, la recuperó tras sobornar a un guardia.
nicolleon:
gracias me sirvió mucho
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