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La medicina tradicional y la moderna pueden beneficiarse mutuamente pese a sus diferencias. Priya Shetty examina una relación difícil.
La medicina tradicional (MT) se merece un renacer. Durante milenios, en todo el mundo se ha curado a los enfermos con remedios derivados de plantas o animales, conocimiento que ha pasado de generación en generación.
En África y Asia, el 80 por ciento de la población se vale de remedios tradicionales y no de la medicina moderna para la atención primaria de la salud.
Y en las naciones desarrolladas, la MT está atrayendo cada vez más adeptos. Estimaciones sugieren que hasta el 80 por ciento de la población ha probado terapias como la acupuntura o la homeopatía. Una encuesta realizada hace unos meses reveló que el 74 por ciento de los estudiantes de medicina de Estados Unidos cree que la medicina occidental se beneficiaría con la integración de terapias y prácticas tradicionales o alternativas. [1]
La industria tiene un alto valor económico. En 2005, las ventas de medicinas tradicionales en China ascendieron a US$ 14 mil millones. Y en 2007, Brasil generó ingresos de US$160 millones por concepto de terapias tradicionales, parte de un mercado mundial avaluado en más de US$ 60 mil millones. [2, 3]
Búsqueda desesperada de fármacos
Lo cierto es que la medicina moderna tiene una necesidad imperiosa de contar con nuevos fármacos. Para conseguir que una nueva sustancia supere las etapas de investigación y desarrollo y llegue a comercializarse se tarda años y la inversión es enorme.
Además, la creciente resistencia a fármacos, en parte provocada por el uso indebido de medicamentos, ha vuelto ineficaces a varios antibióticos y otros fármacos que salvan vidas.
Ambas tendencias hacen que científicos y laboratorios farmacéuticos busquen urgentemente nuevas fuentes de fármacos y presten cada vez más atención a la medicina tradicional.
Unos cuantos logros han avivado el interés por la medicina tradicional como fuente de fármacos rentables y altamente exitosos. El más conocido es la artemisina para el tratamiento de la malaria (Ver Recuadro 1).
Recuadro 1: Artemisina: el éxito económico de la medicina tradicional
Qinghao
Scott Bauer/US Agricultural Research Service
La artemisina, que se extrae de la planta Artemisia annua o ajenjo chino, es la base de los antimaláricos más eficaces que haya conocido el mundo.
Los investigadores occidentales se enteraron del compuesto por primera vez en los años ochenta, aunque se venía utilizando en China desde hacía mucho tiempo para tratar la malaria. Sin embargo, sólo hasta 2004 la OMS aprueba su uso en el ámbito internacional. En buena medida, esta demora se debió al escepticismo que rodeaba al fármaco y por ello diferentes grupos de investigación se pasaron años validando las afirmaciones de los curanderos chinos.
La artemisina resulta eficaz también para combatir otras enfermedades y ha demostrado un importante potencial para el tratamiento del cáncer y la esquistosomiasis.
Pero este fármaco milagroso ya está dando señales de debilidad: informes del Sudeste Asiático sostienen que en algunas personas el parásito de la malaria se ha vuelto resistente al tratamiento con artemisina.
En todo el mundo, investigadores, generadores de política, empresas farmacéuticas y curanderos unen esfuerzos para introducir la MT en el siglo XXI.
De alguna manera, ya se está logrando. Casi una cuarta parte de los medicamentos modernos se derivan de productos naturales, muchos de los cuales fueron utilizados antes en remedios tradicionales
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