Cuando fue el primer atrincheramiento de la guerrilla en el cerro de Guazapa
Es de historia de El Salvador
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El drama de una mujer que vio a su hijo recién nacido morir durante una “guinda”
Los años del conflicto armado en nuestro país dejaron muchos dolores invisibles, muchas cuentas que no se hicieron, porque es muy difícil medir el dolor y el sufrimiento humano, que quepa en las cuentas de pérdidas, posiblemente sólo se puede reparar, recuperar la historia para no repetir, pero sobre todo comprender desde un sentimiento profundamente humano.
En la historia a la que me quiero referir la protagonista fue una mujer campesina que huía junto a otras mujeres, niñas, niños y algunos hombres mayores, iban en una de las famosas “guindas” cuando las ofensivas de la Fuerza Armada buscaba no sólo aniquilar a la guerrilla, sino arrasar contra toda presencia de población civil en las comunidades rurales del cerro de Guazapa.
En la parte alta del cerro de Guazapa había una presencia de soldados que ya llevaba varios días, y las comunidades campesinas se habían trasladado hacia la zona de La Bermuda, al otro lado de la carretera que de San Martín lleva a Suchitoto. En ese tiempo mis tareas por parte de la guerrilla eran acompañar a la población civil, organizar las actividades productivas, de salud, educativas para niñas y niños y también la auto defensa. Por eso también me tocaba “guindear” con la población civil cuando había ofensivas de la fuerza armada.
Una tarde mientras todavía estábamos por La Bermuda nos avisaron que los soldados se habían retirado, y que por la noche podíamos regresar a las comunidades. La gente cuando supo esta información insistió que no esperáramos hasta la noche, pues era más difícil caminar en lo oscuro y que así podían llegar a buscar algo de la comida que habían escondido y que ojala los soldados no hubieran encontrado. Sabíamos que era peligroso pero decidimos arriesgarnos a cruzar la carretera en ese momento en el que todavía no es totalmente de noche, con un poco de luz.
Cuando estábamos a medio camino, escuchamos a un grupo de soldados caminar y hablar fuerte, la tensión se apoderó del grupo pero logramos que no se dispersaran, nuestra capacidad de defensa armada era muy limitada frente a las armas de los soldados. Indicamos que se quedarán quietos, en el mayor silencio posible, sólo escuchábamos nuestras propias respiraciones, y yo escuchaba los rezos de una viejecita que estaba muy cerca, le apretaba la mano e intentaba hacerle sentir que rezara más suavecito todavía.
En ese momento se escuchó el llanto de un niño, era el recién nacido con unos días de vida de una mujer que iba en el grupo. La gente le pedía que lo callara, y ella le puso su pezón en la boquita y lo apretaba contra su pecho. El bebé poco a poco dejó de hacer sonidos, la gente se fue calmando, también porque las voces de los soldados se alejaban. Seguimos caminando, cruzamos la carretera y llegamos a lugar más seguro donde un grupo de guerrilleros nos esperaba.
Cuando descansábamos, me avisaron que la señora del bebé estaba mal, me acerque y le vi una cara de desesperación y dolor que todavía tengo en la memoria. Su niño se había asfixiado contra su pecho y no reaccionaba. Le dimos respiración boca a boca, llegaron las sanitarias y le hicieron maniobras para intentar revivirlo, pero no sobrevivió.
Recuerdo el dolor de aquélla mujer, madre, joven, que vivía en pobreza y una situación desesperada. Jamás se me hubiera ocurrido acusarla de asesinato, la gente le manifestaba su solidaridad y ella lloraba quedito pero al mismo tiempo desgarrada. Su compañero de vida llego más tarde y también lloraba y consolaba a la mujer.
Ahora en otras circunstancias veo el dolor de otras mujeres que sin pretenderlo perdieron sus embarazos en el momento del parto, con partos precipitados sin asistencia médica, algunas sin llegar al término de las 40 semanas que dura un embarazo, muchas de ellas solas, porque carecían de apoyo, sin pareja debido a la irresponsabilidad de éstos, y otras, como consta en sus propias declaraciones judiciales, porque habían sido violadas. Ellas no tuvieron una comunidad solidaria que les acompañara y comprendiera su situación.
Buscaron ayuda médica y encontraron dedos y miradas acusadoras, que les interrogaban en la misma cama de un hospital público, que les esposaron a los barrotes de las camas, que les condujeron directamente a la cárcel. Muchas de ellas sin comprender claramente lo que les había pasado.