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como una lengua salada
y el frescor de sus caricias
ponía en tus dos pestañas
la veleta de los trigos
y una sonrisa en mi cara.
¡Que alegría!, ¡que dulzura!
emanaba su joven alma,
mi hijo pequeño dormía
y algo bonito soñaba,
que por eso en mis dos ojos
la ternura vino a la fragua,
que tres meses tienen sus muecas
que sus labios son escarlata
y por su piel de alabastro
mi corazón se derrama.
Que dulcísimos labios de fresas o de flor de azahar,
que sorben del azúcar
el oro de su aliento
y del calor la pulpa
roja de besar.
Que florentísimas mejillas de rosas o napal,
que la templanza queman
del tacto de mis dedos
y asoma por las yemas
mi alma a tiritar.
Que brillantes pestañas de acantilado o de volar,
que cubren con su seda
partículas del cielo,
lo mismo que traviesas
alas de cristal.
Que luciente cabello de ríos o enlunado mar,
que entalla ondas ilesas
en el torso del viento,
lo mismo que en la arena
las olas dejan sal.
Que tiernísimo asombro de gacela crepuscular,
que asoma la cabeza
cortando el horizonte,
pero cuando esta cerca
mira sin mirar.
Que fresquísima sonrisa de Abril o de manantial,
que sale por tu boca
y baila en mis pestañas
igual que la gaviota
vuela sobre el mar.
Con el ruido del eclipse
la noche quitó su enagua,
la luna del gran silencio
nuestra azotea palpaba
y mientras cubría tu rostro
el lucero de su andanada
yo te tenía en mis brazos
en el balcón de la playa.
Sobre la arena embestían
los toros bravos del agua
y traernos el océano
sus doce olas de plata
por la pampa de mi pecho
tu mejilla quedó varada.
En el mundo de los sueños
tus dos ojitos nadaban,
la brisa cruzó la costa
como una lengua salada
y el frescor de sus caricias
ponía en tus dos pestañas
la veleta de los trigos
y una sonrisa en mi cara.
¡Que alegría!, ¡que dulzura!
emanaba su joven alma,
mi hijo pequeño dormía
y algo bonito soñaba,
que por eso en mis dos ojos
la ternura vino a la fragua,
que tres meses tienen sus muecas
que sus labios son escarlata
y por su piel de alabastro
mi corazón se derrama.
Yo seguía tarareando
de mi garganta una nana
destrenzando pensamientos
en poesías trenzadas
del amor que llevo dentro
versado en notas doradas
cuando una fugaz estrella
con el polvo de sus alas
vino tras mi sonsonete
al ver como te besaba.
Yo dejé de cantar entonces
todavía lejos del alba
y al morir todas las luces
de neón desordenadas
prendió en toda su grandeza
el fulgor de la vía láctea.
El abrazo de la concha
en mis oídos silbaba,
la luna hecha de papiro
sobre ti se desgranaba
y en ese mismo momento
enmude.
y el frescor de sus caricias
ponía en tus dos pestañas
la veleta de los trigos
y una sonrisa en mi cara.
¡Que alegría!, ¡que dulzura!
emanaba su joven alma,
mi hijo pequeño dormía
y algo bonito soñaba,
que por eso en mis dos ojos
la ternura vino a la fragua,
que tres meses tienen sus muecas
que sus labios son escarlata
y por su piel de alabastro
mi corazón se derrama.
Que dulcísimos labios de fresas o de flor de azahar,
que sorben del azúcar
el oro de su aliento
y del calor la pulpa
roja de besar.
Que florentísimas mejillas de rosas o napal,
que la templanza queman
del tacto de mis dedos
y asoma por las yemas
mi alma a tiritar.
Que brillantes pestañas de acantilado o de volar,
que cubren con su seda
partículas del cielo,
lo mismo que traviesas
alas de cristal.
Que luciente cabello de ríos o enlunado mar,
que entalla ondas ilesas
en el torso del viento,
lo mismo que en la arena
las olas dejan sal.
Que tiernísimo asombro de gacela crepuscular,
que asoma la cabeza
cortando el horizonte,
pero cuando esta cerca
mira sin mirar.
Que fresquísima sonrisa de Abril o de manantial,
que sale por tu boca
y baila en mis pestañas
igual que la gaviota
vuela sobre el mar.
Con el ruido del eclipse
la noche quitó su enagua,
la luna del gran silencio
nuestra azotea palpaba
y mientras cubría tu rostro
el lucero de su andanada
yo te tenía en mis brazos
en el balcón de la playa.
Sobre la arena embestían
los toros bravos del agua
y traernos el océano
sus doce olas de plata
por la pampa de mi pecho
tu mejilla quedó varada.
En el mundo de los sueños
tus dos ojitos nadaban,
la brisa cruzó la costa
como una lengua salada
y el frescor de sus caricias
ponía en tus dos pestañas
la veleta de los trigos
y una sonrisa en mi cara.
¡Que alegría!, ¡que dulzura!
emanaba su joven alma,
mi hijo pequeño dormía
y algo bonito soñaba,
que por eso en mis dos ojos
la ternura vino a la fragua,
que tres meses tienen sus muecas
que sus labios son escarlata
y por su piel de alabastro
mi corazón se derrama.
Yo seguía tarareando
de mi garganta una nana
destrenzando pensamientos
en poesías trenzadas
del amor que llevo dentro
versado en notas doradas
cuando una fugaz estrella
con el polvo de sus alas
vino tras mi sonsonete
al ver como te besaba.
Yo dejé de cantar entonces
todavía lejos del alba
y al morir todas las luces
de neón desordenadas
prendió en toda su grandeza
el fulgor de la vía láctea.
El abrazo de la concha
en mis oídos silbaba,
la luna hecha de papiro
sobre ti se desgranaba
y en ese mismo momento
enmude.
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